Muerte es la sentencia by Anthony Horowitz

Muerte es la sentencia by Anthony Horowitz

autor:Anthony Horowitz [Horowitz, Anthony]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2017-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Hawthorne no había llegado cuando me presenté en casa de Davina Richardson, aunque eran solo las cinco menos diez; me había adelantado unos minutos y estaba en la calle mirando a ver si venía cuando se abrió la puerta de entrada y la dueña de la casa apareció en los escalones y me dijo que pasara.

—Lo he visto por la ventana —me explicó—. ¿Está esperando a su amigo?

—No es exactamente mi amigo —dije.

—Como dijo que estaba escribiendo un libro sobre él… ¿Significa eso que voy a salir yo también?

—Si no quiere, no.

Sonrió.

—A mí no me importa. ¿Por qué no pasa?

Estaba otra vez lloviznando… el tiempo infernal del otoño. Como no parecía tener mucho sentido quedarme en la puerta, la seguí por el pasillo atestado de cosas hasta la cocina, que daba a la parte de atrás. Olía a tabaco por doquier; yo dejé de fumar hace treinta años pero, hasta cuando fumaba, nunca lo hacía en casa, y me pregunté cómo podía alguien vivir así. Me senté a la mesa de la cocina y me fijé entonces en que había estado leyendo Doscientos haikus, de Akira Anno. Había un ejemplar que parecía recién comprado y estaba bocabajo en la mesa, con las páginas abiertas en abanico.

—¿Va a querer un té?

—No, gracias, por mí no hace falta.

—Acaba de saltar el hervidor. —Puso un plato de galletas de chocolate digestivas en la mesa—. Yo en realidad no debería comer estas cosas, pero a mi hijo le encantan y ya se sabe, en cuanto abres el paquete…

—¿Y Colin? —le pregunté.

—Está con un amigo, haciendo los deberes.

Le dio un mordisco a una galleta. Cuando me fui, ya se habría comido unas cuatro o cinco. Llevaba un jersey de moer holgado, aunque no me pareció que lo hubiera escogido para disimular su silueta. Pese a sus muchas disculpas, no daba la impresión de ser una mujer muy tímida que dijéramos. Estaba muy a gusto con la persona que era y con lo que era. Yo seguía sin tener claro si había estado teniendo una aventura con Adrian Lockwood pero, dado el caso, me parecía que él hacía mejor pareja con ella que Akira Anno. Cuidaría de Adrian igual que hacía con Colin —combinando la mano dura con los mimos—, pero, al fin y al cabo, haría todo lo posible por hacerlo feliz.

—¿Conoce usted mucho a Adrian Lockwood? —le pregunté.

Se quedó a mitad de mordisco.

—Creía que ya se lo había contado cuando vinieron el otro día. Me lo presentaron como un cliente potencial, pero se ha convertido en un amigo o algo parecido. ¿Por qué lo pregunta?

—Por nada en concreto.

—Echo de menos tener un hombre en casa. —Su nostalgia parecía real—. Sé que no debería decir estas cosas en los tiempos que corren, ni a mi edad, pero sin un hombre soy un auténtico desastre. Echo de menos a Charlie a todas horas. Nunca consigo hacer nada bien. Ni siquiera se me meten en la cabeza los botones del mando de la tele. Aparcar



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