(Monk 10) Las Raices Del Mal by Anne Perry

(Monk 10) Las Raices Del Mal by Anne Perry

autor:Anne Perry
La lengua: es
Format: mobi
Tags: det_crime
publicado: 2010-03-19T00:00:00+00:00


Capítulo 8

Monk tardó casi un cuarto de hora en encontrar un coche de punto; primero bajó a grandes zancadas por Fitzroy Street hasta Tottenham Court Road, donde torció al sur, hacia Oxford Street.

Había dejado a Hester furiosa por quedar al margen, pero habría resultado sumamente inapropiado que la hubiese llevado consigo. No hubiera hecho nada más que satisfacer su propia curiosidad y resultaría bastante impertinente. Ella no discutió, guardándose la rabia para sí, pues se sentía tan impotente y confundida como él.

La noche era agradable. Una fina capa de nubes cruzaba rauda el firmamento iluminado por la luna. El aire se notaba templado, y las aceras todavía guardaban el calor del día. Los pasos de Monk resonaban en el silencio casi absoluto. Un carruaje salió con gran estruendo de Percy Street y cruzó hacia Bedford Square; sus puertas relucientes y los ijares lustrosos de los caballos despedían destellos de luna. Quienquiera que hubiese asesinado a Verona Stourbridge no era Cleo Anderson, pues estaba bien encerrada en la comisaría de Hampstead.

¿Qué relación guardaría este nuevo y terrible acontecimiento con la muerte de James Treadwell?

Vio a unos peatones en la esquina de Oxford Street, dos hombres y una mujer riéndose.

Trató de recordar a la señora Stourbridge partiendo de las dos únicas ocasiones en que la había visto. No logró rememorar sus rasgos, ni siquiera el color de los ojos, sólo la impresión preponderante de una especie de vulnerabilidad. Debajo de su aplomo y de la encantadora ropa había una mujer que sabía lo que era el miedo. Aunque quizá Monk lo creía así en retrospectiva, ahora que estaba muerta, asesinada.

Tenía que tratarse de un miembro de la familia o un criado, o Miriam. Ahora bien, ¿por qué iba a matarla Miriam, a no ser que estuviera realmente loca?

Dobló la esquina y caminó por el borde de la acera de Oxford Street, mirando cada dos por tres a la calle en busca de un coche. Recordaba a Miriam perfectamente, los ojos grandes, la caída del cabello, la determinación de la boca. Había actuado sin ninguna razón aparente, pero Monk nunca había conocido a nadie que le transmitiera una mayor sensación de cordura interior, una entereza que ninguna fuerza exterior sería capaz de destruir.

¿Acaso en eso consistía la locura, algo en tu interior que la realidad del mundo no podía alterar?

Un coche aminoró el paso y Monk le hizo señas; dio la dirección de los Stourbridge en Cleveland Square. El conductor rezongó porque quedaba muy lejos y Monk no le hizo ningún caso, subió al vehículo y se sentó, sumido en el silencio, meditabundo.

Llegó a casa de los Stourbridge, pagó al conductor y subió la escalinata. Acababan de dar la una de la madrugada. Todas las casas vecinas estaban a oscuras, pero en ésta el vestíbulo y por lo menos otras cuatro habitaciones resplandecían de luz por las rendijas de las cortinas mal cerradas. Había otro carruaje fuera, aguardando. Seguramente el del médico.

El mayordomo abrió la puerta un instante después de que Monk llamara y lo invitó a entrar con la voz ronca por la tensión.



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