Mis cuentos preferidos de Hans Christian Andersen by Hans Christian Andersen

Mis cuentos preferidos de Hans Christian Andersen by Hans Christian Andersen

autor:Hans Christian Andersen
La lengua: spa
Format: epub


Tiene que haber diferencias

(Der er forskel)

Era el mes de mayo. Soplaba aún un viento fresco, pero la primavera había llegado; así lo proclamaban las plantas y los árboles, el campo y el prado. Era una orgía de flores, que se esparcían hasta por debajo de los verdes setos; y justamente allí la primavera llevaba a cabo su obra, manifestándose desde un diminuto manzano del que había brotado una única ramita, pero fresca y lozana, y cuajada toda ella de yemas color de rosa a punto de abrirse. Bien sabía la ramita lo hermosa que era, pues eso está en la hoja como en la sangre; por eso no se sorprendió cuando un coche magnífico se detuvo en el camino frente a ella, y la joven condesa que lo ocupaba dijo que aquella rama de manzano era lo más encantador que pudiera soñarse; era la primavera misma en su manifestación más delicada. Y quebraron la rama, que la damita cogió con la mano y resguardó bajo su sombrilla de seda. Continuaron luego hacia palacio, aquel palacio de altos salones y espléndidos aposentos; sutiles cortinas blancas aleteaban en las abiertas ventanas, y maravillosas flores lucían en jarros opalinos y transparentes; en uno de ellos — habríase dicho fabricado de nieve recién caída — colocaron la ramita del manzano entre otras de haya, tiernas y de un verde claro. Daba alegría mirarla.

A la ramita se le subieron los humos a la cabeza; ¡es tan humano eso!. Pasaron por las habitaciones gentes de toda clase, y cada uno, según su posición y categoría, permitióse manifestar su admiración. Unos permanecían callados, otros hablaban demasiado, y la rama del manzano pudo darse cuenta de que también entre los humanos existen diferencias, exactamente lo mismo que entre las plantas. «Algunas están sólo para adorno, otras sirven para la alimentación, e incluso las hay completamente superfluas», pensó la ramita; y como sea que la habían colocado delante de una ventana abierta, desde su sitio podía ver el jardín y el campo, lo que le daba oportunidad para contemplar una multitud de flores y plantas y efectuar observaciones a su respecto. Ricas y pobres aparecían mezcladas; y, aún se veían, algunas en verdad insignificantes.

—¡Pobres hierbas descastadas! —exclamó la rama del manzano—. La verdad es que existe una diferencia. ¡Qué desgraciadas deben de sentirse, suponiendo que esas criaturas sean capaces de sentir como nosotras. Naturalmente, es forzoso que haya diferencias; de lo contrario todas seríamos iguales.

Nuestra rama consideró con cierta compasión una especie de flores que crecían en número incontable en campos y ribazos. Nadie las cogía para hacerse un ramo, pues eran demasiado ordinarias. Hasta entre los adoquines crecían: como el último de los hierbajos, asomaban por doquier, y para colmo tenían un nombre de lo mas vulgar: diente de león.

—¡Pobre planta despreciada! —exclamó la rama del manzano—. Tú no tienes la culpa de ser como eres, tan ordinaria, ni de que te hayan puesto un nombre tan feo. Pero con las plantas ocurre lo que con los hombres: tiene que haber diferencias.



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