México tierra inaudita by Anibal Santiago

México tierra inaudita by Anibal Santiago

autor:Anibal Santiago
La lengua: spa
Format: epub
editor: Los libros del lince
publicado: 2018-09-20T11:05:38+00:00


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catrachos: la última “manada”

de migrantes

A los muros de la antigua Estación de Trenes del pueblo de Huehuetoca le ha sido trepanado el yeso a violentas cuchilladas. La casucha rojiblanca con techo a dos aguas, abandonada, cubierta de limo y telarañas, desde hace décadas no recibe a nadie ni vende un solo boleto a ningún destino pese a que en lo alto, un viejo cartel para los pasajeros de otro tiempo aún informa: 47 kilómetros a méxico -1.243 kilómetros a laredo. Sin embargo, las múltiples grietas abiertas a navajazos forman palabras: El Racha, Valle de Siria-El Siolo, Cuchilla Sapa-Melungo, Agua Blanca Sur-Noel y Mario Acosta, El Guantillo-Juan, El Pedernal-Marvin Suárez, Zúñiga de Cedros-Johana Cruz y Alex, Agua Blanca. Como si esas paredes fueran un libro de visitas, los hondureños que en este punto del Estado de México suben al ferrocarril que los acercará a la frontera norte registran rigurosamente su nombre y el pueblo del que provienen.

Si nadie sabe de ellos, si los Maras los matan, si los Zetas los secuestran, si mueren deshidratados en la Ruta del Diablo o ahogados en el Río Bravo, si se disipa su identidad en la ilegalidad de Estados Unidos y si alguien un día los busca, se sabrá por los surcos de estas paredes mexicanas que cuando pasaron por aquí eran mujeres y hombres libres y estaban vivos.

Con unos pants de niño que apenas le llegan a las espinillas y una mochila ocupada por el gran hocico dientudo de Taz, El Demonio de Tasmania, el hondureño Diego Vargas recibe unos pesos que un locatario del Mercado de Huehuetoca le da por haber descargado en su puesto unos costales de azúcar.

Abandona la plaza del kiosco donde quiso dormir tranquilo dos días antes de reiniciar su travesía y subir al tren. “La manada de catrachos dormimos chilo ( sic ) en parquecitos, arriba de los árboles, y también muy chilo tirados en el campo, siempre y cuando el clima no esté helado y la lluvia no nos perjudique”, dice Diego. Pero desde hace días, en el pueblito mexiquense la lluvia no cesa y ahora el joven de veintiséis años trae la ropa húmeda y pesada. Y entonces anda muy desvelada la “manada de catrachos”, como Diego llama a las y los hondureños que merodean esta zona para iniciar la segunda parte de su travesía por México y llegar a sus destinos soñados: Miami, Nueva Orleans, Nueva York, Houston, Los Ángeles, Las Vegas.

—¿Y además de hondureños, no viajas con otros centroamericanos?

—Antes, en el tren La Bestia había, póngale, seiscientas personas: salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses. Ahora hay máximo cuarenta y todos-todos catrachos.

—¿Por qué todos catrachos?

—Mejor no hablemos de eso —guarda silencio unos segundos.

—¿No puedes hablar?

Se queda pensando.

—Vivimos amenazados y perseguidos por gente malvada.

—¿Y de otras nacionalidades por qué no vienen?

—La raza no está viniendo porque han tenido mucho problema en el camino. Mire esto, nada —abre los brazos ante la llanura despoblada de Huehuetoca que se extiende a los lados de las vías—. Antes se llenaba, ahorita con tanto que ha pasado, la gente tiene miedo de viajar, aunque quieran.



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