Mengele zoo by Gert Nygardshaug

Mengele zoo by Gert Nygardshaug

autor:Gert Nygardshaug [Nygardshaug, Gert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T00:00:00+00:00


6

El néctar de las flores rojas

La garganta de Orlando se nubló al escuchar la historia de Mino. Más tarde se preguntó si la niebla la causó la pena porque Mino no hubiera encontrado a su querida, o por la fortuna de cuento que su amigo poseía en forma de terso y deslumbrante oro.

—Un ojo —dijo Mino en tono serio—. Nadie pierde un ojo así sin más, de tal forma que se vaya rodando debajo del sofá. La pupila tenía una membrana mate y lechosa. No tenía ningún color. Podría ser el ojo de cualquiera. ¿Yo qué sé del ojo humano?

Estaban sentados frente a la casa de Orlando; Mino, que después del macabro hallazgo abandonó de inmediato la casa junto al mar, había regresado la noche anterior. Antes de salir escribió una nota y la guardó en el cofre del corazón rojo, dejándola encima de su propia carta. En la nota decía: «Mami crece fuerte y sano. Va a ser tan alto que besará al cielo». Luego depositó el cofre debajo de las sábanas, junto al camisón de María Estrella.

Pasaron el resto de la noche sentados fuera, tiempo durante el cual mantuvieron una seria conversación en voz baja. Hicieron planes en torno a su inminente viaje a la capital y para proseguir la búsqueda de María Estrella y su madre. Había dos hermanos sentados ahí, dos hermanos colibrí en busca de néctar.

Bakhtar Suleyman Asj Asij tomó la mano de Mino.

—Mi familia es tu familia —le dijo en libanés, y Mino entendió—. Eres joven y vas a conocer el mundo. Que Alá te proteja. Aquí tienes dos cartas, una de ellas es para mi cuñado, que vive en la capital. Si necesitas ayuda, él te recibirá como a un amigo. La otra carta tal vez nunca llegues a necesitarla. Es para mis hermanos en Líbano, viven en una ciudad llamada Baalbek y no es tan fácil llegar ahí, pero en caso de hacerlo, serás recibido con gusto si muestras esta carta. La guerra ha destruido el país, pero tal vez puedas viajar allí en el futuro, cuando todo vuelva a ser reconstruido como Alá lo desea. Hasta luego, los clientes te echarán de menos. —Bakhtar paseó su lengua sobre los dientes y se apresuró a limpiar la barra.

Mino tomó las cartas, se lo agradeció profundamente y se marchó.

Orlando y Mino dejaron la ciudad en silencio, sin avisar a ninguna de las chicas. La sombra debajo del árbol de plátano quedó vacía.

Cada uno arrastró su maleta nueva hacia la acera, se refugiaron en la sombra proyectada por los muros de las casas, tomaron asiento sobre las maletas y se secaron el sudor. El gas de escape color azul expulsado por siete millones de automóviles les raspó los pulmones, el ruido era extremo y las masas de gente a su alrededor eran incontables.

Mino observó a unos perros sarnosos y enjutos que corrían entre la gente. Los perros se mantenían pegados a la pared y corrían de frente, al parecer sin rumbo alguno. Nunca se



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