Memorias del subsuelo by Fiódor Dostoyevski

Memorias del subsuelo by Fiódor Dostoyevski

autor:Fiódor Dostoyevski [Dostoyevski, Fiódor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Filosófico, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1864-01-01T05:00:00+00:00


II

PERO en cuanto terminaba el ciclo de mi libertinaje, yo comenzaba a sentir terribles náuseas. Aunque estaba arrepentido, ahuyentaba aquel sentimiento, puesto que me resultaba excesivamente desagradable. Sin embargo, poco a poco, me fui acostumbrando a él. Me acostumbraba a todo, o mejor dicho, no es que me acostumbrara, sino que me conformaba voluntariamente con soportarlo. Yo tenía un resorte que lo reconciliaba todo: se trataba de refugiarme en «lo bello y lo sublime», claro está, que en el mundo de mis sueños. Soñaba mucho y era capaz de hacerlo durante tres meses seguidos sin salir de mi rincón, y créanme, que en aquellos instantes, en nada me parecía a aquel otro caballero que, en la turbación de su corazón gallináceo, cosía el cuello de castorcillo alemán a su capote. De pronto, me convertí en héroe. En aquellos momentos no hubiera consentido que me visitara mi teniente de diez Verstas de estatura. Entonces no me lo podía imaginar. Aunque ahora me resulte difícil de explicar en qué consistían mis sueños y la satisfacción que me proporcionaban, el caso es que entonces me llenaban de gozo. Los sueños me resultaban especialmente dulces e impactantes después del libertinaje, cuando venían acompañados de lágrimas y arrepentimientos, de maldiciones y entusiasmos. Había momentos en que llegaba a tanto éxtasis y tanta felicidad, que en mi interior no quedaba ni la menor sensación de burla, ¡de veras! Tenía fe, esperanza y amor. En eso está la cuestión, en que entonces creía ciegamente que gracias a algún milagro, o a alguna circunstancia externa, todo cambiaría o se ensancharía de pronto; que de repente se abriría delante de mí un horizonte de actos positivos, convenientes y maravillosos, y lo más importante, es que se trataba de unos actos completamente preparados (como nunca los había conocido, pero lo que es más importante aún, es que se trataba de algo totalmente preparado), y aquí saldría yo a la luz del día, montado sobre un caballo blanco y una corona de laureles en la frente. No era capaz de concebir un papel secundario, y por eso, en la vida real, siempre ocupaba el último lugar. Bien era héroe, bien era fango, pero para mí no había término medio. Precisamente eso era lo que más me perdía, porque estando en el fango me tranquilizaba a mí mismo diciéndome que en otros momentos me tocaba representar al héroe, y éste, hacía que el fango fuera imperceptible. Me decía que, puesto que un hombre corriente se avergonzaba de ensuciarse, al héroe se le permitía hacerlo, porque estaba por encima de eso. Pero lo verdaderamente admirable era que aquellos accesos de «lo bello y lo sublime» me sorprendían entonces, tanto durante los momentos de mi ruin libertinaje, como cuando me encontraba hundido y ya tocando fondo. Algunas veces me sorprendían en forma de fogonazos, como si con ello pretendieran recordarme su presencia, pero sin llegar a su vez a aniquilar el ruin libertinaje; más al contrario, parecían reavivarse con el contraste, presentándoseme exactamente en la medida justa de darle un buen sabor a la salsa.



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