Mejorando lo presente by Álvaro de Laiglesia

Mejorando lo presente by Álvaro de Laiglesia

autor:Álvaro de Laiglesia [Laiglesia, Álvaro de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1970-12-31T16:00:00+00:00


* * *

—¿Por qué nací? —pregunté,

y mi padre contestó:

—Con tu madre me acosté,

cuando el cura nos casó,

en un cuarto sin bidé,

y después no se lavó.

..........................

Haz el amor y no la guerra,

haz el amor bajo la parra.

Haz el amor, la vida es perra,

haz el amor y no seas guarra.

..........................

* * *

—Tus canciones me excitan —dice Rosa, escuchando extasiada con los ojos en blanco.

—Pues no lo parece —gruñe Darío, que sigue luchando para meterle mano sin conseguir avanzar—. Para convencerte de que hagas el amor, hay que librar contigo una verdadera guerra. Como te defiendes como gata panza arriba...

—Cuando no tengo ganas —se justifica ella.

—No recuerdo que hayas tenido ganas nunca desde que te admitimos en la tribu —sigue gruñendo Darío, retirándose de su lado y dando por perdida la batalla.

—Porque tú no me gustas —le desprecia Rosa—. Y una es libre de elegir sus machos.

—En efecto —confirma Narciso, interrumpiendo su canturreo—: entre otras muchas libertades, los hippies defendemos la libertad de copular con quien nos plazca.

—¿Te gusto yo? —pregunta León, abandonando el tamboreo en la nalga de Márgara y arrimándose a Rosa.

—¡Psch! —replica ella, desdeñosa.

—¿Me invitas a una cópula? —insiste él.

—Hoy me siento frígida —le rechaza ella—. De manera que al que le pique...

—... que se la casque —murmura León, decepcionado.

—Eso tendremos que hacer —suspira Darío— mientras no vayamos a Katmandú.

—¡Bah! —se encoge de hombros Eloísa—. ¿Qué podríamos encontrar en Katmandú que no tengamos aquí? Únicamente pagodas.

—Pagodas, en efecto —confirma Darío—, y casas pa-que-go-das.

Nadie ríe el chiste por irreverente. Katmandú es un lugar tan sagrado para el hippy como La Meca para el musulmán.

Narciso, que sigue abrazado a la guitarra, trata de improvisar una cancioncilla de desagravio. Pero no se le ocurre nada que rime con Katmandú. Sólo Fu-Manchú, personaje que ni por los pelos de la coleta se puede acoplar en la mitología hippy. Opta por dejar la guitarra y coger un tosco cigarrillo de una cajita que hay en el suelo junto a un pebetero.

En el pebetero arde algo que suelta un humo menos azulado que el de los cigarrillos. «Mansurrón» enciende muy cuidadosamente el que ha cogido, para no desperdiciar ni una sola bocanada de su preciosa combustión. Se tumba en el suelo junto a Eloísa, que fuma también, y propone:

—Hagamos el viaje juntos.

—Tendrás que alcanzarme —le mira ella con los ojos lagrimeantes—, porque yo hace rato que estoy en camino.

Es una forma de viajar a Katmandú en wagon-lit, pero sin «wagon», sin «lit», y sin llegar verdaderamente a Katmandú. Eloísa, tumbada también, se arrima a él como si la litera del tren fuera muy estrecha.

Como Rosa no invita a cópulas, la mano de León vuelve a posarse en la opulenta nalga de Márgara.

—¿Echamos también nosotros un viajecito? —propone el melenudo, reforzando la pregunta con un guiño lleno de segunda intención.

—Bueno —acepta ella, que ha empezado a marearse con el calor sofocante y el olor a cuerda quemada.

—Pues caliéntame la mandanga —ordena él.

—¡Oye, oye! —se engarabitan los resabios burgueses de Márgara—... Si la mandanga es la ordinariez que yo me imagino, te la va a calentar tu tía.



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