Los planificadores by Kim Un-Su

Los planificadores by Kim Un-Su

autor:Kim Un-Su [Kim Un-Su]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788417708764
editor: Maeva
publicado: 2020-02-12T05:00:00+00:00


LA SIGUIENTE VEZ que Reseng fue a la biblioteca, el escritorio de la bibliotecaria seguía vacío, pero el letrero de las vacaciones había desaparecido. Tampoco estaba ya la cesta de tejer que siempre colocaba a su izquierda ni los frascos de esmalte de uñas organizados por colores, ni el delicado minineceser. También habían retirado los animales de peluche, tanto Mickey Mouse y Winnie the Pooh como el panda de peluche y el maneki-neko. Lo único que quedaba sobre el escritorio era el organizador de plástico con los cajones etiquetados. Sin una razón particular, Reseng deslizó la mano por la superficie del escritorio.

Oyó el ruido de un libro al caer; provenía del segundo piso y decidió subir para ver qué pasaba. Viejo Mapache estaba de pie sobre una escalera, desempolvando los libros y arrojando al primer piso algunos que ya no quería. Hacía mucho tiempo que no lo veía limpiar él solo la biblioteca. Tiempo atrás, cuando él era muy joven, lo había visto en alguna ocasión en acción, cojeando por toda la biblioteca con un cubo lleno de agua y un trapo. Solía trepar hasta lo alto de la escalera, donde empezaba a limpiar las estanterías, pasaba el trapo húmedo por cada uno de los rincones y eliminaba el polvo de los libros, antes de volver a colocarlos en las estanterías. Mientras trabajaba, su rostro, por lo general inexpresivo, dejaba entrever un leve atisbo de felicidad. Como si hubiera retrocedido sesenta años en el tiempo, a la época en que había comenzado a trabajar allí, recién nombrado bibliotecario.

Reseng recogió los libros del suelo y los colocó en un carrito. Viejo Mapache lo miró desde las alturas.

—¿Vas a tirarlos? —preguntó Reseng.

—No superaron la prueba del tiempo.

Reseng miró el suelo entre los estantes. Había pilas de libros desechados por doquier, muchos más que de costumbre. Las estanterías, normalmente atestadas, presentaban entonces muchos huecos.

Viejo Mapache descendió de la escalera. Con las mangas de la camisa enrolladas a la altura de los codos y el cubo de agua sucia y el trapo en la mano izquierda, parecía más feliz y saludable de lo habitual. Pero su cuerpo se inclinaba en un ángulo precario debido al peso del cubo. Reseng extendió la mano para ayudarlo y Viejo Mapache le permitió hacerlo.

—Parece que Hanja ha fijado la fecha —dijo Reseng.

—¿Fecha para qué? ¿Se va a casar? —bromeó.

—Tenemos que matarlo primero.

Viejo Mapache se volvió para mirarlo y durante un momento no dijo nada. Luego sonrió.

—¿«Tenemos»?

Intentó mirar a Reseng con lástima, pero su expresión se parecía más al remordimiento o la melancolía.

—Si matamos a Hanja, otro villano tomará su lugar. ¿Serás tú? —dijo, con una sonrisa débil.

Se encaminó hacia una mesa redonda con dos sillas que había en medio de los estantes. Tras limpiar la superficie de la mesa, le hizo un gesto a Reseng, que se acercó y puso el cubo en el suelo. Viejo Mapache le ofreció un cigarrillo, que él rechazó cortésmente. Volvió a tendérselo, y él vaciló antes de aceptarlo. El otro le encendió primero el cigarro y luego el suyo.



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