Los mejores cuentos de Lev Tolstói by Lev Tolstói

Los mejores cuentos de Lev Tolstói by Lev Tolstói

autor:Lev Tolstói [Lev Tolstói]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: S2
ISBN: 9788417782665
editor: Mestas Ediciones
publicado: 2020-02-02T05:00:00+00:00


6

La existencia de los dos prisioneros se volvió muy penosa desde ese momento. Ni les quitaron los grilletes ni les dejaron salir a la luz del día. Les arrojaban la masa sin cocer, como a los perros, y les bajaban jarras de agua. En su interior el ambiente era pestilente, asfixiante y húmedo en extremo. Kostylin se puso enfermo. No paraba de quejarse y se quedaba dormido a ratos. Jilin también se desanimó, percatándose de que su situación era más grave y no era capaz de salir de ella.

Comenzó a cavar un túnel para huir, pero como no tenía dónde arrojar la tierra, el amo se percató y lo amenazó con matarlo.

Cierto día Jilin estaba en el foso sentado de cuclillas, pensando con tristeza en la vida en libertad, cuando de repente cayeron sobre sus rodillas dos tortas y algunas cervezas. Miró hacia arriba y vio a Dinka. Tras mirarlo un ratito, la chica se echó a reír y se marchó corriendo. «Quizá ella me ayude», se dijo Jilin. Limpió una superficie en el suelo, cogió algo de arcilla y modeló unos muñecos, caballos y perros. «Cuando llegue Dinka se los echaré», pensó.

Pero al día siguiente Dinka no fue. En su lugar, Jilin oyó el ruido de los cascos de unos caballos. Los tártaros se habían reunido junto a la mezquita y discutían entre gritos. Discutían acerca de los rusos. Jilin reconoció la voz del viejo. No pudo percatarse bien de lo que hablaban, y se figuró que los rusos habían llegado cerca, que los tártaros temían que entraran en la aldea y que no sabían qué hacer con los prisioneros.

Después de discutir un rato se dispersaron. De repente, Jilin oyó un ruido en la misma boca del hoyo. Vio a Dinka sentada en cuclillas con la cabeza metida entre las rodillas, y tan inclinada que su collar se balanceaba sobre el hoyo. Sus ojos brillaban como luceros. Sacó de su manga dos quesitos que arrojó a Jilin.

—¿Por qué no viniste en tanto tiempo? —le preguntó el prisionero, tras coger los quesos—. Te he hecho unos juguetes. Toma, aquí están —añadió arrojándole las figuras de barro de una en una.

—No los quiero —exclamó Dinka dándose la vuelta sin mirar los juguetes. Permaneció sentada en silencio unos segundos y luego dijo—: Iván, quieren matarte.

Al pronunciar estas palabras, se llevó las manos al cuello.

—¿Quién quiere matarme?

—Mi padre. Se lo han ordenado los ancianos. Me das lástima.

—Si es verdad que tienes lástima de mí, tráeme un palo muy largo.

La niña sacudió la cabeza para decir que no podía hacerlo. Jilin cruzó sus manos en actitud de súplica.

—¡Dinka, por favor! ¡Dinka, tráeme el palo!

—No puedo, me verían. Todos están en casa.

Dinka se marchó. Una vez anochecido, Jilin se preguntó qué iba a pasar. Y miraba hacia arriba sin cesar. El cielo estaba lleno de estrellas, pero aún no había salido la luna. Se oyó la voz del muecín y todo quedó en silencio. Jilin comenzó a adormilarse y se dijo: «Le dará miedo traerme el palo».



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