Los enemigos del comercio, III by Antonio Escohotado

Los enemigos del comercio, III by Antonio Escohotado

autor:Antonio Escohotado [Escohotado, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2016-11-01T04:00:00+00:00


I. ENTRE LA DESOLACIÓN Y EL DENUEDO

Atormentado por la melancolía y el remordimiento, Kierkegaard se adelantó a Marx en plantear las instituciones vigentes como «inautenticidades»[1301], y a Nietzsche en sospechar de todo tipo de justificación lógica y moral, dentro de un proyecto genérico basado en trascender la racionalidad para «salvar» a lo subjetivo de lo objetivo, contraponiendo la existencia concreta a cualquier abstracción. Por lo demás, se pasó la vida «oyendo» a Dios sin captar abstracción en tal entidad, y sus hallazgos perdurables parten de querer revivir una fe amenazada por la difusión del ateísmo. En La enfermedad mortal (1849)[1302] llama «absurdas» las oraciones que piden a Dios no morir, y duda entre pensar la desesperación como huella del pecado original o como el pecado mismo, formulando tres alternativas a su embate: la «traición» de intentar ignorarlo, la «demencia demoníaca» unida a sobrellevarlo estoicamente, y «el piadoso salto a la fe».

Como solo esto último merece consideración, al mérito de filosofar sobre actitudes y emociones corresponde el «suicidio filosófico» (Camus) de buscar la dicha en el perdón divino, pues Kierkegaard reconoce lo insensato y fraudulento de los cultos en general, pero niega la evidencia expuesta entre otros por Spinoza: querer que Dios nos ame es querer que no sea Dios. Aprovechar su ampliación del discurso ontológico exige pasar por alto dicha incoherencia, como empiezan haciendo Heidegger y algunos de los relacionados con el seminario de Kojève, entre otros Jean Paul Sartre (1905-1980) y el franco-argelino Albert Camus (1913-1960)[1303], estos últimos conmovidos casi tanto por Viaje al fondo de la noche, la novela recién publicada por su compatriota Céline, donde la angustia se transforma en misantropía y el ser humano aparece como «putrefacción» física y moral, condenado por la mezquindad a no progresar jamás. Su «iluminación amoral» (Sartre) fustiga el militarismo, el nacionalismo, el capitalismo y el colonialismo, por más que el autor sea un racista visceral[1304], y un crítico del materialismo obsesionado por hacer dinero[1305].

Sartre amplía estudios en Alemania coincidiendo con el ascenso de Hitler, gracias a cederle Aron su puesto en el Instituto Francés, y teóricamente fascinado por Heidegger compone a su regreso El ser y la nada (1943), un tratado de ontología insólitamente ameno donde plantea el primado de la existencia sobre la esencia, tesis de aspecto abstruso que explica con sencillez. Si la esencia precediese a la existencia habría «ser», y el mundo ofrecería un conjunto racional o «fundado», pero la realidad resulta infundada («contingente»), y en vez de satisfacer alguna pauta positiva impone un ir y venir siempre precario e irracional. Como el trapecista sin red, la única referencia es el aquí y ahora empírico, un medio donde todo resulta a posteriori.

Esta tesis sería a su juicio heideggeriana, aunque Ser y tiempo expone el discurso metafísico de Occidente como desarrollo progresivo del «nihilismo», y llama a una recuperación de «lo eterno» que obras posteriores llaman «conocer el júbilo», «custodiar el claro del ser», y en último término «pasar del hacer al morar». Ninguna de estas determinaciones tiene



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