Los enemigos del comercio I by Antonio Escohotado

Los enemigos del comercio I by Antonio Escohotado

autor:Antonio Escohotado [Escohotado, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T05:00:00+00:00


«Los campos arados y los pastos, hasta los propios matrimonios, se compartían, pues al modo de los animales se cruzaban entre ellos por una sola noche […] Nadie sabía decir Mío, y como en la vida monástica llamaban Nuestro a todo cuanto tuviesen. No había ladrón ni bandido ni gente pobre, pero por desgracia cambiaron su prosperidad por lo opuesto, y la propiedad común por la privada»[31].

Podría parecer extraño que ese régimen comunitario asegurase prosperitas y no sólo justicia. Sin embargo, Cosme escribe en los comienzos de la revolución comercial —cuando reina teóricamente la santa autarquía—, y no puede estar más lejos de ideas como renta per capita o capacidad adquisitiva. Hacia 850 el Seudo-Isidoro había insistido en que los europeos del siglo V «estaban todos abundantemente abastecidos, pues vendieron sus posesiones y pusieron el dinero a los pies de los apóstoles»[32]. Bien porque no hubiese gobierno, o bien porque lo asumieran apóstoles, es un tópico entre cronistas altomedievales que la tierra no trabajada resulta especialmente ubérrima, un criterio cuyas raíces están en nostalgia por el buen salvaje y providencialismo ebionita. Séneca escribió que «los campos eran más fértiles antes de ararse»[33], y Jesús insistía en lo abundantemente provistos que están pájaros y lirios sin necesidad de conducirse previsoramente.

Esta convicción se prolonga intacta hasta bastante más allá de Cosme, y hacia 1270 el Roman de la Rose explica que «en tiempos de nuestros primeros padres […] las gentes se alimentaban de frutos y hierbas del campo, bebían sólo agua, vivían en cuevas y no había penuria alguna, pues la tierra les concedía liberalmente toda la comida que necesitaban». Su próspera felicidad fue interrumpida «por demonios que enloquecidos de rabia y envidia» inventaron «la Codicia creadora de dinero y la Avaricia que lo pone bajo llave»[34]. Así, el desahogo económico conviviría cómodamente con la vida troglodítica, una opinión sorprendente si no derivase del rechazo por la eficiencia económica. El Roman nos saca de dudas aclarando que los «demonios» inventores del dinero —los comerciantes, por supuesto— trajeron la Pobreza al introducir una desigualdad distinta de la que media entre superior e inferior, maestro y pupilo. A fin de cuentas, eran todos ricos porque ninguno era propiamente rico.

Dicha construcción encuentra en Bohemia un terreno especialmente abonado, y los taboritas no rechazarán tanto a los señores tradicionales como «al ciudadano acomodado, el mercader y el propietario rural ausente de su tierra»[35]. Por lo demás, persiste en su seno una facción de pauperes que no está reñida con la actividad comercial e industrial, sino con la Iglesia propietaria. Fieles a Valdes, Wyclif y Hus, para estos taboritas no son incompatibles las instituciones caritativas con una explotación eficaz de sus recursos —por entonces unas modestas minas de oro, ganadería y agricultura—, y limitan la expropiación a dominios de las abadías. Como no discuten la propiedad privada de muebles e inmuebles, centran su comunismo en compartir «voluntariamente» los alimentos.

Los taboritas radicales, que ven en esto una rendición ante el egoísmo mundanal, no vacilan en provocar una guerra



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