Los cinco 16 - Los cinco en la Granja Finniston by Blyton Enid

Los cinco 16 - Los cinco en la Granja Finniston by Blyton Enid

autor:Blyton, Enid [Blyton, Enid]
Format: epub
Tags: Desconocido
editor: Desconocido
publicado: 2009-12-28T22:11:03+00:00


CAPÍTULO XI

UNA CHARLA MUY EXCITANTE

Los muchachos estaban ocupados dando martillazos y aserrando, y las niñas se sentaron a esperar que cesase el ruido. Estaba por allí Retaco, dando saltos ridículos con pedacitos de madera en la boca, y Nariguda, la urraca, se había enamorado de pronto de las virutas que ahora cubrían el suelo, y corría entre ellas dando chasquidos y picoteándolas.Afuera, las gallinas cacareaban y cloqueaban, y no lejos de allí los patos parpaban ruidosamente.

—Ésos son los ruidos que a mí me gusta oír —dijo Ana, sentándose en un saco que había en un rincón. Alzó la voz y sobre el estruendo de los martillazos le gritó a Dick—: ¿Necesitas que te echemos una mano, Dick?

—No, gracias —respondió Dick—. Vamos a acabar esta parte y luego haremos un descanso para escuchar lo que tengáis que contarnos. Vosotras sentaos y admirad nuestra maravillosa obra de carpintería. Sinceramente, creo que ganaría muchas libras a la semana si me dedicase a esto.

—¡Ten cuidado, la urraca va a quitarte los clavos! —gritó Jorge. Tim dio un salto como si fuera a perseguir a Nariguda, y la urraca voló prontamente hasta una viga y se puso a soltar allí graznidos que parecían risotadas. Tim pensó que era desde luego un pájaro muy exasperante. Volvió a tenderse de golpe.

Por último, los niños acabaron la tarea en que estaban empeñados y se sentaron, pasándose las manos por las mojadas frentes.

—Bueno, ahora podéis contarnos las novedades —dijo Dick—. Menos mal que nos hemos librado del pelmazo de Junior; no habría sido raro que le hubiese clavado por error unas cuantas puntas si hubiese venido a molestarnos esta tarde. —Imitó el habla quejumbrosa de Junior—: ¡Por favor, déjame ir contigo, papaíto!

Afuera, con la oreja pegada al agujero, Junior apretó los puños. Gustosamente le habría clavado unas cuantas puntas a Dick en aquel momento.

Jorge y Ana empezaron a contar a los cuatro niños lo que el viejo señor Finniston les había referido aquella mañana.

—Se trata del castillo Finniston —dijo Ana—. El viejo castillo que dio su nombre al pueblo y a la granja. El anciano que nos contó todo esto se llama también Finniston y aunque parezca raro es descendiente de los Finnistons que vivieron en el castillo hace muchos siglos.

—Parece que se ha pasado la mayor parte de su vida tratando de descubrir todo lo relativo al viejo castillo —dijo Jorge—. Dice que ha rebuscado en las viejas bibliotecas y en los documentos antiquísimos que se conservan en la iglesia para poder averiguar algo que le permita reconstruir la historia del castillo.

Fuera del gallinero, Junior contenía el aliento para no perder ni una sola palabra. ¿Cómo? Su padre le había dicho que no podía sacarle una sola palabra a aquel viejo señor Finniston de la tienda de antigüedades, ni una palabra sobre el castillo y sobre su historia, y ni siquiera sobre dónde se hallan las ruinas... Entonces, ¿por qué se lo había contado a Ana y a aquel antipático muchacho que era Jorge? Junior se sentía irritado y se dispuso a escuchar con mayor avidez aún.



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