Los cinco 14 - Los cinco junto al mar by Blyton Enid

Los cinco 14 - Los cinco junto al mar by Blyton Enid

autor:Blyton, Enid [Blyton, Enid]
Format: epub
Tags: Desconocido
editor: Desconocido
publicado: 2009-12-28T22:10:58+00:00


—Vámonos —dijo Julián acercando la boca al oído de Dick—. Va a registrarlo todo. Que me aspen si sé lo que espera encontrar entre esos trastos. Vámonos. No quiero verlo apoderarse de algo. Sería muy desagradable tener que decir que lo hemos visto robar.Dejaron el granero y volvieron a la casa, en la que entraron por la puerta trasera. Fueron a mirar la puerta principal. Estaba cerrada, pero no con llave. Tampoco estaban echados los cerrojos.

Los chicos subieron a sus habitaciones. Estaban perplejos. Se habían sucedido dos hechos inexplicables: la luz en la torre, el dueño de la granja registrando el granero... Tenían motivo para no saber qué pensar.

—Despertemos a las niñas —dijo Julián—. No puedo esperar a mañana para contarles lo que hemos visto.

Ni Jorge ni Tim dormían. Tim les había oído salir y había permanecido despierto, esperándolos. Con sus gemidos, acababa de despertar a Jorge, que estaba escuchando por si oía algún ruido en la puerta.

—¡Ana! ¡Jorge! Tenemos noticias —murmuró Julián.

Tim lanzó un débil aullido de bienvenida y saltó de la cama. Pronto estuvo Ana despierta, y las niñas escucharon las extraordinarias novedades.

Al saber que el señor Pennethlan estaba en el granero, quedaron tan sorprendidas como al enterarse de que se había encendido la luz en la torre.

—¿Conque lo que dijo el anciano es verdad? —exclamó Ana—. ¿Vuelve a verse la luz en la torre? ¿Para qué la encenderán? ¿Crees que habrá algún naufragio esta noche, Julián? ¡Sería horrible!

—Espantoso —convino Jorge mientras oía rugir el viento—. ¡Estrellarse contras las rocas en una noche como ésta! Yo creo que debemos acercarnos a la costa. Tal vez podamos salvar alguna vida.

—No opino lo mismo —intervino Dick—. No creo que pudiéramos acercarnos a la ensenada esta noche. Las olas deben haber cortado el camino que baja hasta las rocas.

La charla se prolongó hasta que Jorge lanzó un bostezo y dijo:

—Tendremos que dormir si queremos madrugar. Mañana no podremos ir a explorar la torre, Julián. Recuerda que hemos prometido ayudar a la señora Pennethlan a preparar el festín que ha de dar a «Los del granero».

—Lo dejaremos para pasado mañana, pero iremos. Guan no quiere ser nuestro guía. Dice que le da «zuto» la torre.

—Lo mismo me pasa a mí —afirmó Jorge, metiéndose en la cama—. Me habría llevado un gran susto si hubiera visto la luz en la torre.

Los chicos volvieron a su habitación. Pronto estuvieron acostados y durmiendo. El viento seguía rugiendo en torno de la granja, pero nada podía despertar a aquellos dos muchachos agotados por su paseo nocturno.

Al día siguiente estuvieron todos tan ocupados, que apenas tuvieron tiempo para recordar los acontecimientos de la noche pasada. Sin embargo, ocurrió algo que les refrescó la memoria.

La señora Pennethlan vigilaba el desayuno y animaba la conversación como de costumbre. Nunca le faltaban palabras: se pasaba el día charlando con los niños y con los perros.

—¿Habéis podido dormir esta noche a pesar de los rugidos del viento? —preguntó—. Yo he dormido la mar de bien. Y también el señor Pennethlan. Me ha dicho que no se ha movido en toda la noche.



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