Lord Mord by Miloš Urban

Lord Mord by Miloš Urban

autor:Miloš Urban
La lengua: es
Format: mobi, epub
ISBN: 9788498724882
editor: Ediciones B
publicado: 2008-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 13

Mañana negra; día largo

Zuzana Hrabalová está muerta. Me lo comunicó el teniente de policía Ignacius Herrmann. No en la gendarmería, sino en la espaciosa oficina adonde me llevó desde casa su colega, el detective Listopad. Gracias que no me enviaron a nadie en uniforme por la mañana. Apenas había dormido tres horas.

Según su informe, por la noche me habían visto en la Judería en estado de alteración extrema. Se lo dijo una tal Otylie Meyrinková: corría por la calle como loco y, aunque nos conocemos bien, ni siquiera la vi. No la encontró en el burdel donde trabajaba Zuzana. Por eso probó en su domicilio, dos casas más allá. La puerta de su cuarto estaba abierta, en la mesa ardía un quinqué y a su lado había una cabeza humana. La cabeza tenía cuello pero estaba separada del cuerpo, que yacía bajo la mesa. El tablero del mueble era un pegajoso charco de sangre, como si hubieran vertido en ella la tinta de un calamar.

—Lo que más temía era que Zuzana aún abriera los ojos —les dijo Otka en la declaración. Y también temía vomitar, pero no perdió la conciencia. Salió tambaleándose de la casa y, antes de llamar a un gendarme, vio con sus propios ojos al antiguo cliente que hacía años la había mantenido. No era nada menos que Karel Adam, el conde de Arco.

Yo también tuve que decir la verdad. Por supuesto no toda la verdad, ya que no mencioné las pastillas de Hofman. Expliqué a Herrmann que por la noche había estado con una chica, delaté el nombre de Gita, ella sabía bien cómo protegerme. Y añadí que no le preguntara a ella, que el término «Carnícula» que había mencionado la última vez ya me decía algo. Relaté mi encuentro personal con el fantasma judío y Listopad se apuntó cuidadosamente mis palabras. Les pedí si podía ver a Otka, que me gustaría hablarlo cara a cara con ella, pero Listopad dijo que no estaba allí.

Luego conversamos sobre los posibles motivos, entre los que recitó unos diez: dinero, deudas, celos, odio, venganza, aberración sexual, asesinato ritual... los demás no los recuerdo. Querían saber qué pensaba yo. Dije que, si me preguntaban si relacionaba el asesinato de Zuzana con el fallecimiento de Rosina y el de la criada que se había caído (o había sido arrojada) por la ventana, no se me ocurría ningún vínculo evidente; Praga era una ciudad peligrosa, especialmente el antiguo gueto.

Por alguna razón, Herrmann me preguntó por mis padres, así que le expliqué que cada vez eran más pobres y que nuestro linaje se acabaría conmigo de una vez para siempre.

—Los buenos viejos tiempos para la aristocracia acabaron hace cien años —añadió Listopad, como si aprobara el proceso, y luego quiso saber cuándo volvería a Stránov.

Respondí que había estado allí recientemente y me sorprendió que la policía ya lo supiera. Herrmann se enfurruñó; de repente, había entre ellos una tensión que yo no entendí.

—Considere Praga su cárcel casera, conde —dijo al final, y llamó a su esclavo uniformado para que me acompañara a la salida del edificio.



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