Leyes de mercado by Richard Morgan

Leyes de mercado by Richard Morgan

autor:Richard Morgan [Morgan, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2004-01-01T05:00:00+00:00


— 24 —

Despertó en el típico lujo del Sheraton, con el ritmo suave e insistente de la señal de mensaje entrante del portátil. Se giró en la cama, miró con ojos nublados a su alrededor y localizó la maldita máquina, tirada en la moqueta, entre el rastro de la ropa que se había ido quitando. Biiip, biiip, puto biiip. Gimió y avanzó a tientas, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad fuera y rígidamente horizontal, apoyada en una mano. Cogió la máquina, se la llevó a la cama y se sentó para desplegarla. La cara grabada de Mike Bryant le sonrió.

—Buenos días. Si he programado bien esto, calculo que faltan tres horas para que salga tu vuelo, así que te daré algo en que pensar mientras esperas. Estás siendo atacado, y esta vez, ¡vas a perder!

Abotargado por la entrega especial del cirujano plástico, Chris sintió un torpe espasmo de alarma en todo el cuerpo, pero la cara del otro hombre desapareció, y en su lugar surgió un elegante tablero de ajedrez. Mike había desencadenado un inesperado ataque de torre y caballo sobre sus posiciones mientras dormía. Tenía mal aspecto.

—Hijo de puta…

Se levantó y se puso a hacer las maletas sin cuidado. Como seguía parcialmente bajo los efectos del somnífero, no reaccionó bien al gambito de Mike durante el desayuno, y perdió un alfil. Por lo visto, Bryant estaba jugando en tiempo real. Se dirigió al aeropuerto escarmentado por la pérdida y empezó a recuperarse en la sala de ejecutivos. Era sábado, y si Mike hubiera sabido qué le convenía, habría dejado el juego durante el fin de semana. Podría haber esperado un par de días y haberlo sorprendido, pero Chris lo conocía bien: Bryant estaba embriagado por el sabor de la victoria y seguiría jugando. Miraría, absorbería y reaccionaría, durante toda la noche si fuera necesario. Dos meses antes, Chris le había prestado El ajedrez rápido y el impulso de ataque, de Rajimov, y el gran hombre se lo había tragado entero. Quería ganar.

En algún lugar, por encima del Caribe, Chris desarboló el ataque. Le costó el único alfil que le quedaba, y su cuidadoso enroque se había ido al garete, pero Mike había perdido la iniciativa. El aluvión de jugadas se ralentizó. Chris siguió jugando enconadamente mientras cruzaba el Atlántico, y cuando aterrizó en Madrid ya había condenado a Bryant a unas afortunadas tablas. En respuesta, Mike le envió un fragmento de una película de Tony Carpenter, la escena posterior a la pelea de El impostor.

La característica pobreza de interpretación de Carpenter y un diálogo que se hundía bajo el peso de los clichés. «Somos tal para cual. Deberíamos luchar en el mismo bando». Era tan malo que resultaba kitsch.

Chris sonrió y plegó el portátil.

Salió del avión con un nuevo impulso en el paso, disfrutó de una ducha y una sauna en el salón de ejecutivos, mientras esperaba, y durmió sin ayuda química durante el trayecto a Londres. Soñó con Liz Linshaw.

En Heathrow, apoyada en



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