Las noches de la peste by Orhan Pamuk

Las noches de la peste by Orhan Pamuk

autor:Orhan Pamuk
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-397-3831-2
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-02-26T09:00:26+00:00


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Al gobernador le sorprendió que el jeque Hamdullah tuviera la peste, incluso podría decirse que le turbó. Durante sus primeros años en la isla había entablado amistad con él, y lo tenía en mucha más alta estima que a la chusma pobre y creyente que lo rodeaba. Y puede que —aunque nunca lo admitiría abiertamente— también creyera en su sabiduría y trascendencia. Después de consultar con sus informadores, confirmó que circulaban rumores sobre la enfermedad del jeque, pero por lo visto había rechazado todo tratamiento médico manifestando que «nosotros nos resignamos al destino y la providencia divina», por lo que decidió escribirle una carta. En ella le explicaba que había escuchado que estaba enfermo, pero que en la ciudad estaba uno de los doctores expertos en peste más reputados del Imperio, enviado por Su Majestad el sultán, y que podía examinarlo y tratarlo de inmediato. Para que ejerciera de mediador recurrió a Tevkif, marinero e hijo mayor de una de las familias otomanas más venerables de la isla, los Urgancızâde, gracias al cual había conocido al jeque cinco años atrás.

A la mañana siguiente, un derviche anciano con una barba blanca redondeada y un sombrero cónico de fieltro (su nombre era Nimetullah Efendi, pero insistía en que lo llamaran el «regente») llegó del tekke para entregar a los escribanos de la gobernación la carta de respuesta de Hamdullah. Al leer el mensaje del jeque informándole con su pulcra y nítida caligrafía de que aceptaba su propuesta y se sentiría honrado de recibir la visita del damat doctor, el gobernador, que llevaba en su despacho desde primera hora de la mañana, se puso contentísimo, casi como si hubiera conseguido la victoria final y decisiva contra la peste.

Pero el jeque ponía una condición: los soldados de la División de Cuarentena que habían ultrajado la lana y el fieltro del tesoro sagrado («prístino» fue la palabra que utilizó) del tekke de los Halifiye no debían poner nunca más los pies en el lugar.

El gobernador aceptó su exigencia. Comentó el asunto con el director de cuarentenas Nikos y con el damat doctor, que acababan de llegar.

—Al sentir la cercanía de la muerte, ha comprendido que rechazar a los doctores es una estupidez —dijo el gobernador.

—¡No todos los que se infectan acaban muriendo! —repuso el doctor Nuri.

—Pues si no se está muriendo, ¿por qué nos ha respondido?

—Estimado pachá, en las remotas ciudades de provincias he visto jeques de todo tipo: jeques que ambicionan obstruir la tarea de los administradores y gobernadores solo para ganarse una reputación entre la gente, jeques que exageran sus dotes y virtudes… Provocan confrontaciones con las autoridades, causan un tremendo revuelo, y luego se reconcilian con gran ceremonial solo para demostrar a sus pobres e ignorantes discípulos lo importantes y hábiles que son. Hay demasiados jeques, demasiados tekkes y tarikats, y para ellos es esencial que su nombre suene por las calles, ser reconocidos por la gente.

Solo en Arkaz había veintiocho tekkes. Era una cantidad excesiva para una ciudad de veinticinco mil habitantes, la mitad de los cuales eran cristianos.



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