Las huellas del mal by Federico Andahazi

Las huellas del mal by Federico Andahazi

autor:Federico Andahazi [Federico Andahazi]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 1111111
publicado: 2022-10-05T03:00:00+00:00


Superado el amable bochorno, finalmente pisaron la alfombra purpúrea.

—Bueno, esto explica al menos una parte del misterio —le dijo Vucetich a Diamant, mientras se metía ambas manos en los bolsillos del pantalón—. A propósito, ¿trajo algo de efectivo?

—No me diga que piensa jugar. ¿Le tengo que recordar que somos policías y que este es un casino clandestino?

—No, no, mi estimado. Esto no es un juego, es una investigación.

—¿Y cuáles son sus primeras conclusiones?

—Entiendo por qué nos querían fuera del hotel, de la ciudad y lejos de cualquier escándalo que pudiera atraer la atención.

—Está muy claro —le dijo Diamant, mientras le daba unos billetes a su jefe.

El palacete subterráneo que acababan de descubrir explicaba el motivo por el cual el comisario quería despachar a los federales lo antes posible. Todo ese lujo bajo tierra, las mesas de raíz de nogal, dignas de los casinos más opulentos de Europa, los cientos de miles de pesos que quedaban en la banca cada día y cada noche precisaban discreción. Nadie ajeno a la rueda de la fortuna debía asomar la nariz ahí abajo. Aquel reducto era la razón del apuro del comisario y del fiscal para cerrar cuanto antes el caso de los niños muertos. Ese casino subterráneo no habría podido funcionar una sola noche sin la complicidad de la policía, la justicia y la política. Una larga investigación de los crímenes podía azuzar un escándalo y suponía el riesgo de que descubrieran el nido oculto de la gallina de los huevos de oro. Cosa que, por cierto, acababa de suceder.

—Por eso, estimado, nos querían afuera; para ponerle punto final al caso y que el chivo expiatorio fuera el que menos ruido pudiera hacer. No importaba si era culpable o inocente. Importaba que no atrajera más miradas y que todos se olvidaran rápidamente de los asesinatos —razonó Vucetich.

Ese era, además, el motivo por el cual los pálidos pasajeros del hotel desaparecían de manera misteriosa. Literalmente, se los tragaba la tierra. Emergían como muertos que se levantaban del sepulcro solo para desayunar y descansar un par de horas diurnas. Luego volvían como murciélagos para revolotear en el fondo de la cueva hasta dejar el último rescoldo de vitalidad. Pero no era lo único que dejaban. En la banca quedaban billetes, cheques y hasta alhajas. Cuando se acababa lo que traían en los bolsillos, en las carteras, en los dedos y alrededor del cuello, podían verse sobre el tapete títulos de propiedad de campos, casas y terrenos.

Desde el rincón más oscuro del salón, Vucetich y Diamant iniciaron un examen del lugar. Debían identificar al personal de seguridad formal y al que estaba disimulado entre el público. Tenían que establecer, también, un perfil de los apostadores y de los croupiers, los dos bandos de una guerra silenciosa, desigual, plagada de trampas y recelos mutuos.

El inspector echó una mirada general, a vuelo de pájaro, de mesa en mesa. De pronto, sus ojos se detuvieron en la figura de una mujer que apostaba a la ruleta. Y no solo



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