Las cinco patas del gato by M. J. Fernández

Las cinco patas del gato by M. J. Fernández

autor:M. J. Fernández [Fernández, M. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2022-06-30T00:00:00+00:00


Capítulo 35

Salazar se quemó la lengua al apurar el café, le agradeció a Gyula por la información, y regresó a la comisaría a toda prisa. Subió las escaleras de dos en dos hasta el segundo piso, y encontró a Telmo solo en la sala común.

—Ha regresado muy pronto, jefe. Tenía razón: en cuanto leyó el informe, el juez Aristigueta no puso reparos en emitir la orden de busca y captura. Además de que dictaminó que el hospital debe entregarnos las pertenencias del sospechoso. Ya envié una pareja de agentes a la UCI: custodiarán a Rosales mientras permanezca ingresado. También avisé a Científica para que recojan las nuevas evidencias.

—Buen trabajo, Telmo. Traigo novedades.

Néstor puso al día a su compañero con respecto a la información que acababa de recibir de Gyula. El subinspector lo escuchó con atención y sin mover un músculo. No era que Salazar esperara que diera saltos de alegría, pero una pequeña sonrisa de satisfacción no hubiera estado mal. Antes de darle oportunidad de que le dijera que los nuevos datos no les servirían de nada, el inspector le dio una orden.

—Revisa los archivos. Necesitamos saber más acerca de este sujeto: Calisto Quirós. Si es tan buen amigo de Alimoche, es posible que disponga de información.

El subinspector asintió y se concentró en su ordenador. Después de indagar en los archivos por algunos minutos, apartó la mirada de la pantalla para volverla hacia Salazar, se echó atrás en el asiento y resumió el contenido de la ficha:

—Calisto Quirós, alias Cartucho. No tiene oficio conocido ni está empadronado. Se encuentra en situación de calle y sobrevive de la mendicidad.

—¿Tiene antecedentes criminales?

—Tiene varios arrestos por hurto, pero nunca ha pasado más de seis meses en prisión. No se le conocen delitos de sangre.

Néstor se quedó pensativo por algunos momentos.

—Rosales es un asesino a sangre fría. No esperaba que los antecedentes de su colega fueran tan poco significativos.

Telmo se encogió de hombros.

—Tampoco es candidato a la canonización.

—Sí, supongo que tienes razón. Haz una copia a la fotografía de la ficha. Vamos a salir a buscarlo.

Después de algunos clics, Telmo envió la foto de Cartucho a su propio móvil y al de su jefe. Salazar la miró con detenimiento para asegurarse de que reconocería al testigo en cuanto lo viera. Salieron a toda prisa de San Miguel, y subieron al Corsa en dirección a la calle Costanilla.

A esa hora no fue fácil encontrar aparcamiento. Dejaron el coche en la calle Navarra y se internaron en las estrechas callejuelas, hasta localizar el almacén abandonado que servía de refugio a su testigo.

En cuanto entraron, los alcanzó el olor a basura en descomposición y orina vieja. Haciendo de tripas corazón, los policías se internaron en el recinto. Las pocas ventanas estaban cubiertas de polvo y no dejaban pasar la luz, así que de inmediato los rodeó la oscuridad. El subinspector encendió su linterna e hizo un paneo por todo el espacio. A pocos metros, vieron un bulto en el suelo que se movía. Telmo lo enfocó con la linterna, y al hacerlo desató una airada protesta.



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