Las chicas del muro by Jorge Corrales

Las chicas del muro by Jorge Corrales

autor:Jorge Corrales [Jorge Corrales]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788466673556
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-01-10T00:00:00+00:00


KARIN

9/19

La mala noticia es que Kriemhild tiene alzhéimer. Apenas reconoce a su hija...

Pero la buena noticia es increíble. Hace que esta historia sea única.

Porque, como os he dicho al principio, esta foto no es lo que parece.

Y estas dos chicas no se están despidiendo...

Sucedió en una gasolinera, pero podría haber ocurrido en cualquier lugar. Aquello tenía que estallar por algún sitio.

Mientras Nelly llenaba el tanque de la furgoneta, Elena había aprovechado para pasar por la tienda. Además de una bolsa de patatas fritas y unas galletitas, había metido en la cesta una botella de agua. Sin gas, siempre sin gas. No soportaba esa manía alemana de ponerle ácido carbónico a cualquier bebida.

Al llegar a la caja apareció Nelly. Estaba empapada en sudor.

—La siguiente vez que paremos debemos asegurarnos de aparcar a la sombra.

Elena no respondió y comenzó a sacar las cosas de la cesta para pagar. Cuando su amiga vio la botella de agua la tomó y, sin decir nada, se fue hasta la nevera. La cambió por una de agua con gas.

—¿Qué haces?

—Te habías equivocado —respondió Nelly.

—No me había equivocado.

—Ah, perdona... Pensaba que...

Elena dejó las cosas en la caja y se marchó.

Subió a la furgoneta, dispuesta a no decir ni una palabra más, pero no llegaría a cumplir sus intenciones.

A los pocos segundos apareció Nelly y entró por la puerta de la izquierda. La tensión inundaba el vehículo. Lo que hacía unas horas era alegría y amistad se había tornado tensión en aquella mañana de verano.

—¿Vas a decime qué te pasa?

Elena se mantuvo en silencio.

—Se te da muy mal mentir. Así que suéltalo ya —continuó Nelly.

Y entonces estalló.

—Tenías que decir algo, tenías que hablar, ¿verdad?

—Lo siento, no sabía que iba a reaccionar así —dijo Nelly con humildad, cosa extraña en ella.

Elena respondió volviendo la cara hacia el cristal.

Nelly giró la llave y, a la vez que el motor se ponía en marcha, Elena se iba encendiendo por dentro.

—¿No podías haberte limitado a salir de la habitación? ¿No podías haberte ido en silencio?

—Perdona, fue una reacción espontánea.

—Para ser alemana, a veces tienes reacciones demasiado espontáneas... —dijo Elena sin contenerse lo más mínimo—. Hubiera sido mejor que te quedaras en Berlín.

—Eh, que yo te he traído hasta aquí y podría haber hecho cosas mucho mejores que ir hasta el culo del mundo a ver a una abuela.

El desprecio con el que trataba a Kriemhild inflamó aún más a Elena.

—O sea que de eso va todo, de ti, por eso no quieres saber nada de los muertos del Holocausto ni de esas dos mujeres, porque no quieres que te afecte.

—¿Qué estás diciendo? ¿Me estás llamando egoísta?

—Sí. —Elena se arrepintió al segundo de decirlo.

La cara de Nelly cambió de un modo que Elena nunca había visto.

—¿Egoísta? ¿Yo? Pero ¡de qué estás hablando, niñata! No tienes ni idea de quién soy. A lo mejor, antes de llamarme egoísta deberías mirarte en el espejo. Porque desde que te conozco solo hablamos de ti, de tu trabajo y de tu puta investigación.

Elena entendió que detrás de aquellas palabras era probable que hubiera algo de verdad, cosa que le dolió más todavía.



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