Las alas de Ícaro by María del Pilar Sinués

Las alas de Ícaro by María del Pilar Sinués

autor:María del Pilar Sinués [María del Pilar Sinués]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-09-13T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

A pesar de su osadía, de su costumbre de hallarse en situaciones difíciles y de la plena confianza que tenía en sí propio, el Marqués de la Florida no pudo menos de temblar al oir las palabras de Carmen.

Habían sido pronunciadas con un acento de helada firmeza, que hasta entonces no le había conocido, y que anunciaban alguna resolución importante tomada por ella, ó que acaso no hacía aún más que prever calculando que podría llevarla á ella el curso de los acontecimientos.

Sin embargo, no era hombre el Marqués que se dejase amedrentar sólo por presunciones, y ní aun la realidad conseguía sino por muy pocos instantes hacerle perder su serenidad.

—¡Hablemos!—respondió dulcemente, mirando á Carmen y estrechando la mano que se había apoyade en la suya.

—Hace ya largo tiempo—prosiguió la joven,— que me hablas de tu deseo de que nos casemos; yo no encuentro á mi madre, que era mi más vivo deseo antes de casarme, porque hubiera deseado que ella bendijese mi enlace y me perdonase el abandono en que la dejé: así, pues, sola en el mundo, cansada de odiosas persecuciones y amándote como te amo, creo que lo mejor es dar la razón á tu cariño, y casarme contigo; no obstante, debo decirte que una parte de mi fortuna me la reservo por si hallo á mi madre: quiero que viva feliz é independiente.

El enamorado Marqués frunció sus negros ojos; pero Carmen no se apercibió de esto y prosiguió:

—No me llamo como tú piensas: mi nombre es Isolina Herrera; todo te lo había ya confiado menos esto; pero ya no quiero ocultarte nada. La vida del teatro me cansa y me fatiga: siendo tu esposa, perteneceré á ese mundo, á esa sociedad que es la tuya, y que, aunque halaga mucho á los artistas, en el fondo no los estima ni les da sino muy pequeña parte en su intimidad; yo creí que el arte igualaba todas las jerarquías, pero he visto que sólo sirve para halagar la vanidad ajena; la amistad del artista es una joya que se disputan los poderosos de la tierra, pero que no aprecian y que arrojan con desdén el día que les cansa, como si fuera de oropel, en vez de ser de oro y de brillantes: porque conoces esto, te agradezco el que me hayas amado y el que quieras hacer de mí tu esposa.

—¡Dejar el teatro!—exclamó el Marqués,— ¡cuando tu gloria empieza! ¡cuando puede ser para tu ardiente corazón un manantial de goces!

—¿No te he dicho ya que estoy cansada de él? — exclamó Carmen con alguna vehemencia.—Gloria tengo bastante, dinero también para mi escasa ambición: unido lo mío á lo tuyo, somos ricos.

—Sin embargo, la fortuna ayuda á la dicha do la vida, y si hallas á tu madre...

—La hallaré, ¡oh, sí! la hallaré—exclamó Carmen con calor:—buscarla al llegar á Madrid será mi primer cuidado; vivir á su lado y al tuyo, disfrutar de la dulce intimidad de la familia, mi mayor felicidad.

—¿Persistes en dejar el teatro?

—Sí: ya te he dicho las razones.



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