La sorprendente desaparición de Joyce Haney by Inga Vesper

La sorprendente desaparición de Joyce Haney by Inga Vesper

autor:Inga Vesper [Vesper, Inga]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 23

Mick

El calor no le está haciendo ningún favor a Deena Klintz. Por suerte, Mick ha sido lo bastante listo como para detenerse en una farmacia a comprar un tubo de Vicks VapoRub de tamaño bolsillo. Se unta un poco la parte inferior de los orificios nasales y abre la puerta de la caravana.

Todas las ventanas están cerradas y las cortinas, corridas. El dulce, enfermizo olor de la muerte, no muy diferente al que producirían unas rosas desperdigadas sobre un montón de carne rancia, ha impregnado el lugar. No hay tantas moscas como Mick había anticipado, pero sí que hay un montón de sangre.

El cuerpo de Deena yace en el suelo, al lado del sofá. Está boca abajo, pero tiene la falda bajada y parece que no la han agredido sexualmente, lo cual le produce cierto alivio a Mick. El cabello le cae sobre la cara, escondiendo la peor parte del destrozo, pero a través de los mechones grasientos ve con claridad la herida de entrada en su sien. Hay restos de pelo y de sangre esparcidos por el sofá y la mesita, junto a pequeños pedazos de color gris amarillento. Tejido cerebral. Le dispararon ahí mismo, en el sofá. Lo más probable es que se cayera al suelo durante las convulsiones finales.

Mick examina el resto del lugar. Sobre la mesa hay dos vasos de gaseosa, uno medio lleno y el otro vacío. Un plato cubierto de migas de galleta se interpone entre ambos, y hay una bolsa medio vacía de bocaditos Nabisco rellenos de malvavisco sobre la encimera. Sartenes sucias en el fregadero y una montaña de ropa para lavar en un rincón. Media docena de botellas de cerveza esperan en dos pulcras hileras junto a la puerta. Botellas de cerveza. Mick toma nota mentalmente de que debe hacer que tomen las huellas dactilares de todas ellas. Otra puerta, entreabierta, conduce al dormitorio. La cama está revuelta, y hay varias hojas de papel extendidas sobre ella. Mick levanta una.

Es el dibujo de un molino de viento sobre una colina, contorneado por un sol de color verduzco que no logra decidir hacia dónde debe proyectar su sombra. Es un trabajo de aficionado, igual que el resto de los papeles. Mick ojea esos bodegones inexpertos, las ventanas con sus tiestos y los puentes en medio de la niebla. Temas triviales para una afición trivial que con toda probabilidad hizo poco por aliviar una existencia dura y trivial.

Descubre las acuarelas de Deena en un armarito. Son baratas, como las que Fran solía comprarles a los niños para sus trabajos escolares. Allí, el azul ftalo se ha convertido en azul marino, y el limón cadmio no es más que amarillo.

Absorto en sus pensamientos, Mick sale al exterior. El aire de Crankton sabe a polvo y a gasolina, pero para él es una dulce ambrosía. Hodge, que hace guardia junto a la puerta, le observa inspirar. Mick espera que se burle de él, porque es un yanqui debilucho que no puede encajar el golpe de un poco de descomposición en la barbilla.



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