La rosa del desierto by Liz Fielding

La rosa del desierto by Liz Fielding

autor:Liz Fielding
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2020-06-01T12:22:36+00:00


Capítulo 6

HASAN rio, disfrutando del súbito cambio de introspección a ataque directo.

–¿Quién dijo que alguna vez llevé alguna? No se trata de una compulsión –ella enarcó las cejas y le recordó que no era una joven ingenua–. Es usted como un terrier con un hueso –se quejó.

–Los cumplidos no me impresionan, Hasan. Los he oído todos ya. ¿Por qué? –insistió, queriendo conocer qué lo motivaba.

–Quizá soy un rebelde nato.

–¿La típica oveja negra de la familia? –aunque no lo creía–. ¿No es un poco obvio?

–Con veintiún años –repuso él–. No es una edad para la sutileza. Y cuando algo funciona, ¿por qué cambiarlo? –se dirigió hacia una roca baja y plana, ató los caballos a un árbol, la invitó a sentarse y le ofreció la cantimplora.

Ella se apartó el keffiyeh y agradecida bebió un sorbo del agua fría. Él la imitó y se sentó a su lado.

Ante ellos la tierra caía por una ladera rocosa hasta la llanura costera y, en la distancia, Rose pudo ver el resplandor del sol sobre un mar tan azul que se fundía con el cielo. Era un paisaje desolado en el que las sombras de las piedras y los ocasionales árboles se extendían hasta el infinito.

«Muy distinto del fresco verdor de casa»; sin embargo, notaba la atracción. Había algo magnético, atemporal. Poseía una extraña belleza.

Nadim había comentado que a Hasan le encantaba. Percibía que era un lugar que podía penetrar en el corazón de una persona. Lo miró, todavía a la espera.

Él se encogió de hombros y se pasó la mano por la cara afeitada.

–Mi abuelo llegó a la conclusión de que yo no sería capaz de mantener unidas a las tribus –explicó–. Era una época difícil. Entraba mucho dinero por el petróleo y él sabía que las familias rivales aprovecharían el hecho de que mi padre era un extranjero para causarme problemas.

–¿No tenía hijos propios para que lo sucedieran?

–No. Media docena de hijas, pero ningún varón. Yo era su nieto mayor, pero llegado el momento hizo lo que haría cualquier gobernante y antepuso el país a los deseos de su corazón.

–¿Cuando nombró heredero a Faisal?

–Mi madre se volvió a casar muy pronto tras el fallecimiento de mi padre. Una unión política. Tuvo un par de hijas; Nadim es una de ellas. Luego tuvo a Faisal. Él posee el pedigrí perfecto para gobernar.

–Aún es muy joven.

–Lo sé, pero todos tenemos que crecer. Es la hora de él. Solo espero que lo lleve mejor que yo.

Ella percibió su dolor; aunque estaba enterrado hondo, se hallaba presente.

–Debió ser duro que usted lo aceptara –no supo si era la periodista o la mujer quien lo quería saber.

Hasan recogió una piedra y la apretó.

–Sí, lo fue. Solo tenía esto –sopesó la piedra un instante y luego la arrojó lejos–. Después me quedé sin nada. Lo que lo empeoró fue tener que soportar que nombrara a Abdullah Emir Regente para apaciguar a sus enemigos –alzó la mano en un gesto de aceptación–. No tuvo otra elección; lo sé. Me estaba protegiendo.



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