La noche de la esvástica by Katharine Burdekin

La noche de la esvástica by Katharine Burdekin

autor:Katharine Burdekin [Burdekin, Katharine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Distopía
editor: ePubLibre
publicado: 1937-07-15T00:00:00+00:00


Vuestras mejores armas escondidas

entre nosotros placeos repartir,

entre nosotros, simples gañanes y duques.

¡Expulsemos al enemigo!

¡Muera Alemania!

Inglaterra volverá a ser libre

bajo su esplendoroso reinado.

—¡Qué…! —exclamó el Caballero—. ¿Me estás diciendo que todos vosotros, buenos hitlerianos ingleses, cantáis esta canción?

—No. Es una canción pagana. Pero todos nos la sabemos y, a veces, algunos la cantamos. Dice que se levantará un gran líder que nos armará, ya lo ve. Cuando se acabó la guerra, se recogieron montañas de armas que los alemanes habían dejado abandonadas, solo hay que saber dónde están escondidas. Trozos de aviones y de tanques y demás… se supone.

—Si las encontrarais, no os serían de mucha utilidad, después de más de seiscientos años, ¿no crees?

—Sí, sí, ya lo sé. La verdad es que todo es una tontería.

—¿Qué son gañanes y duques?

—Nadie lo sabe. Pero no importa, son los hombres que tienen que recibir las armas.

—Kerl, supongo —dijo el Caballero⁠—. Deben ser palabras anglosajonas muy antiguas que seguramente hagan referencia al pueblo llano, Kerl, y a los mandos. Algo parecido a los nazis y los caballeros.

—Y rey quiere decir líder, führer. Nosotros tenemos dos palabras para líder, vosotros solo una.

—Al contrario, la palabra que utilizáis para rey en inglés, king, es una palabra alemana. Von Hess la menciona, König. Históricamente, un rey no era exactamente lo mismo que un führer. Era un cargo hereditario. Der Führer es elegido, un rey lo era por nacimiento. Cuando en Alemania se extinguió la dinastía real y se hizo desaparecer la historia, la palabra también desapareció. Pero vosotros aún la conserváis porque todavía sois básicamente no creyentes y desleales. Y yo me alegro. Pero nunca derrotaréis a Alemania ni conseguiréis ser libres mediante la fuerza de las armas. No debéis permitir que vuestra canción secreta os vuelva estúpidos y violentos.

—La verdad es que no nos la tomamos al pie de la letra. Esta canción inglesa solo sirve para mantenernos unidos… los que queremos.

—De acuerdo, lo entiendo, pero la tonada no es inglesa —⁠dijo el Caballero.

—¡Y tanto que es inglesa! —⁠dijo Alfred, enojado⁠—. Es una melodía sagrada inglesa muy antigua. Apostaría que, con letra diferente, se había cantado en todo el antiguo imperio.

—Puede que así sea, pero, de todas formas, no es inglesa. Es alemana. La he oído en Sajonia. Y aunque no la hubiera oído nunca antes también tendría claro que es alemana. Es una tonada típicamente alemana: buena, sólida y tirando a monótona.

—¡Es que os queréis apropiar de todo, ahora incluso de nuestras canciones! ¡No nos dejáis nada, nada de nada! ¡Me pregunto cómo nos permitís comer o llevar ropa!

—Alfred, no te acalores así, hombre. Tendré que tocarte más piezas en doble cuerda. Sin embargo, ya puedes decir lo que quieras que, aunque me mates, nunca conseguirás que admita que esa tonada no es alemana. Sílbame otra canción inglesa.

Alfred silbó otra, una triste, pero dulce. El Caballero la empezó a tocar nota a nota y después pasó a unas armonías que hicieron que a Alfred se le saltaran las lágrimas, y le hicieron olvidar la falta de respeto que el Caballero acababa de mostrar hacia la secreta canción sagrada inglesa.



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