LA MALDICIÓN DE ODI by MAITE CARRANZA

LA MALDICIÓN DE ODI by MAITE CARRANZA

autor:MAITE CARRANZA
La lengua: spa
Format: epub
editor: EDEBE
publicado: 2010-03-02T00:00:00+00:00


16

No flaquearás ante la muerte

La nieve y el hielo habían acabado por cubrir las piedras del castillo de Csejthe dándole un aire espectral y fantasmagórico. Pero el horror estaba dentro de sus muros, en sus mazmorras.

Las antorchas que flanqueaban al alguacil y al palatino por los estrechos pasadizos que rezumaban humedad iluminaron la verdadera cara del miedo. Hallaron muchachas muertas, moribundas, torturadas, hambrientas y locas. Recorrieron los subterráneos donde se cometían los crímenes y descubrieron las vasijas de barro llenas de sangre seca, las jaulas salpicadas de restos humanos, el maletín de torturas con sus pinzas, tijeras y cuchillos dispuestos para mutilar, herir y causar sufrimiento, las argollas clavadas en la pared… Todo eso vieron sin acabar de creérselo. Y contaron con sus propias manos cuerpos, huesos y restos humanos de hasta trescientas víctimas, si bien los criados, que durante años habían sido mudos testigos de tantos horrores, acabaron por desatar su lengua y sumaron muchas más. Explicaron que también había cuerpos enterrados en otras posesiones y castillos de la condesa, y que algunas muchachas habían sido enterradas en el bosque, en las cunetas de los caminos o lanzadas al fondo del lago. Hungría entera estaba manchada con la sangre de sus víctimas. La condesa sangrienta se había ganado a pulso su título. Seiscientas cincuenta doncellas sacrificadas.

Y mientras Turzhó y los otros enviados reales ha-bían juzgado y condenado a Erzebeth a morir emparedada en su castillo, Anaíd, presa del remordimiento, esperaba agazapada en la oscuridad la ocasión propicia para atacarla.

Necesitaba actuar en el intervalo entre el último asesinato de la Odish y su desaparición. Había llegado demasiado pronto al pasado. Esas horas de diferencia habían sido terribles y ni siquiera le habían servido para impedir la muerte de Dorizca.

¿Había sido realmente una equivocación o ese error servía a algún propósito oculto?

Aunque lo intentaba, no podía olvidar la muerte de la pequeña Dorizca. Estaba tan bonita con su vestido de seda blanco y su cabello recogido en un moño, con los rizos cayendo en cascada sobre su nuca. Como una novia el día de su boda, una boda de sangre con la muerte.

¿No la había propiciado ella misma escogiéndola para acompañarla? ¿No había sido ella la fuerza del destino de la joven Omar?

Mientras tanto, Dácil se debatía entre la vida y la muerte bajo la mirada impotente de Orsolya.

Anaíd no podía ayudarla; aunque sus propias heri-das habían sanado inmediatamente sin dejar cicatrices, su vida, en manos de la condesa, sufría continuos altibajos. Cuando Erzebeth Bathory apretaba su amuleto, Anaíd perdía sus fuerzas y se desvanecía. Le dijeron que se pasaba las horas caminando como un león enjaulado y riendo a carcajadas por su encierro. En esos momentos se aferraba a su amuleto, lo oprimía y mataba lentamente a Anaíd.

Tenía que destruir el talismán de la condesa. Para eso había viajado en el tiempo, para eso había arriesgado su vida, la de Dácil y la de Dorizca.

Sin embargo, ¿cómo entraría en la habitación donde, ladrillo a ladrillo, iban emparedando a la orgullosa



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