La locura de Almayer by Joseph Conrad

La locura de Almayer by Joseph Conrad

autor:Joseph Conrad [Conrad, Joseph]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1895-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo VIII

Las noticias relativas a la identidad del cadáver abandonado en el campong de Almayer se esparcieron rápidamente por todo el caserío. Durante la mañana la mayor parte de los habitantes permanecieron en la luenga calle discutiendo el misterioso regreso y la inesperada muerte del hombre conocido por ellos como traficante. Su llegada durante la época del monzón del nordeste, su larga estancia entre ellos, su repentina partida con el bergantín, y, sobre todo, la misteriosa aparición del cadáver, que se decía ser suyo, entre los troncos, eran asuntos para maravillar y para hablar sobre ello una y otra vez con inextinguible interés. Mahmat fue de casa en casa y de grupo en grupo, repitiendo siempre la misma historia: cómo había visto el cadáver enganchado por el sarong en un madero ahorquillado; cómo la señora de Almayer, que llegó una de las primeras, acudiendo a sus gritos, lo reconoció aún antes de que él lo hubiera sacado a la orilla; y cómo Babalatchi le ordenó extraerle fuera del agua.

—Por los pies lo saqué, y aquello no era cabeza —exclamó Mahmat—. ¿Y cómo habría podido la mujer del hombre blanco conocer quién era? Bien es verdad que era una bruja, según todos sabían. ¿Y visteis cómo corría el hombre blanco al ver el cadáver? ¡Corría como un ciervo!

Y aquí Mahmat imitaba las largas zancadas de Almayer con gran regocijo de los espectadores. Y por todas sus molestias no le habían dado nada. El anillo con la piedra verde se lo había guardado Tuan Babalatchi.

—¡Nada!, ¡nada! —Pataleaba en señal de disgusto, y dejaba aquel grupo para buscar más allá nuevo auditorio.

Las noticias llegaron hasta los más lejanos rincones del caserío y encontraron a Abdul-lá en el fresco retiro de su almacén, donde estaba sentado vigilando a sus empleados árabes y la carga y descarga de las canoas procedentes de la parte alta de la comarca. Reshid, que estaba ocupado en el muelle, fue llamado a la presencia de su tío y le encontró, como de costumbre, muy tranquilo y hasta risueño, pero muy sorprendido. El rumor de la captura o destrucción del bergantín de Dain había llegado a oídos de los árabes tres días antes por mediación de los pescadores del mar y de los habitantes de la parte baja del río. Se había corrido río arriba de vecino en vecino hasta llegar a Bulangi, cuya casa era la más próxima al establecimiento, y él mismo llevó tales noticias a Abdul-lá, cuyo favor deseaba alcanzar. Pero el rumor también hablaba de un combate y de la muerte de Dain a bordo de su propio navío. Y ahora todo el poblado hablaba de la visita de Dain al rajá y de su muerte cuando cruzaba el río en la oscuridad para ir a ver a Almayer. No podían entenderlo. Reshid pensaba que todo esto era muy raro. Se sentía intranquilo e incrédulo. Pero Abdul-lá, después de la primera impresión de sorpresa, con la repugnancia propia de su edad para descifrar enigmas, mostró la resignación que convenía.



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