La isla de las mil fuentes by Sarah Lark

La isla de las mil fuentes by Sarah Lark

autor:Sarah Lark [Lark, Sarah]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Aventuras, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 4

El día después se inició con un panorama desolador ante la ventana. Lo primero que Nora solía hacer era mirar el mar y disfrutar de esa cinta azul tras el intenso verde del bosque. Pero esa mañana, lo único que se divisaba de la línea de la jungla que separaba el jardín de la playa eran las copas de los árboles que surgían del agua embarrada. La tierra que se extendía hasta poco antes de la colina donde se erigía la casa señorial de Cascarilla Gardens seguía inundada. Los alojamientos de los esclavos, o lo que había quedado de ellos, debían de estar totalmente cubiertos de agua. Hasta el jardín ofrecía una imagen deprimente. La tormenta había arrancado de cuajo la mayoría de los árboles y la lluvia había arrastrado parte de los parterres. Incluso la querida glorieta de Nora había sufrido grandes desperfectos. Pensó con un amago de sarcasmo que se veía tan destrozada como ella misma se sentía. Todos sus músculos se rebelaban contra sus intenciones de ponerse en pie y vestirse, hubiera preferido quedarse en la cama. Sin embargo, la aguardaba un largo y duro día de trabajo y pena.

Máanu se hallaba diligentemente en su puesto, para ayudarla a lavarse el pelo y vestirse, pero parecía casi más soliviantada que de costumbre. Cuando Nora le preguntó al respecto, no contestó.

—¿Y cómo están el reverendo y su esposa? —se interesó Nora por sus invitados. Máanu sí respondería a esa pregunta.

—La mujer llora —contestó la doncella— y quiere salir a buscar al niño. Cuenta que por la noche un ángel le ha dicho que todavía está con vida…

—Es imposible.

Máanu volvió a encogerse de hombros.

—Pero ella lo cree. El reverendo ha pedido al backra que vayan a buscar el cuerpo. Hay veinte negros ocupados en ello…

—Pero eso es una locura —opinó Nora.

Todavía resultaba peligroso andar por los terrenos inundados el día anterior. El suelo estaba blando y fangoso. Podían producirse corrimientos de tierra en los declives donde había llegado flotando todo lo que la tormenta había arrastrado, arrancado o matado.

Pero de nada servía lamentarse. El reverendo Stevens y su esposa no se marcharían sin haber encontrado al niño. Así las cosas, tal vez ella misma habría puesto los empleados a su disposición, aunque fuera para librarse de los invitados.

—El reverendo puede oficiar una misa esta mañana —señaló a continuación—. No nos queda otro remedio, tenemos que enterrar a los muertos.

Máanu esbozó una sonrisa torcida.

—El cementerio de los esclavos está inundado —observó.

Nora tuvo la sensación de que iba a explotar.

—¡Entonces tendremos que construir otro! Y deberíamos pensar en situar el nuevo caserío en otro lugar. El viejo se inunda siempre que hay tormenta, ¿no? Lo sensato sería construirlo por encima de la casa.

—El backra Doug ya se ha peleado esta mañana con el backra Elias por esta razón —apuntó Máanu.

Nora suspiró. Se imaginaba cómo habría discurrido la discusión.

Durante el desayuno reinaba el previsible ambiente tenso. Doug había sugerido instalar el nuevo caserío junto a los establos. Allí solo habría que mover de sitio un único campo de caña de azúcar, además de otro recién plantado.



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