La inusual tumba de Soledad by Cristian Perfumo

La inusual tumba de Soledad by Cristian Perfumo

autor:Cristian Perfumo [Perfumo, Cristian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policíaca, Novela negra
editor: UNKNOWN
publicado: 2017-10-10T04:00:00+00:00


***

—Es imposible que se haya quedado sin aire hasta ahogarse —le repetí al policía.

Después de dos días encerrado en mi casa dándole vueltas al asunto, estaba convencido de que lo de Sebastián no podía haber sido negligencia suya.

—Tiene que haber habido alguien ahí abajo con él —agregué—. Alguien que lo sujetara, o lo atara a algo hasta que se le terminara el aire. Y después lo liberara, para que todo pareciera un accidente.

—Hábleme del tesoro de Cavendish —dijo el oficial.

La pregunta me dejó paralizado.

—¿A qué viene eso ahora? Le estoy diciendo que a Sebastián lo asesinaron.

El policía se inclinó sobre mí, apoyando despacio la mano en la mesa metálica que nos separaba. El sonido de su alianza de casamiento chocando con el acero inoxidable pareció amplificarse en la sala vacía donde me interrogaba.

—Soy yo el que pregunta. Hábleme de ese tesoro.

—Hay… hay un rumor en el pueblo —titubeé—. Siempre lo hubo en realidad, de que cuando Cavendish paró en Puerto Deseado en 1586 enterró un lote de oro y joyas que le había capturado a un galeón español en la desembocadura del Río de la Plata.

—Piratas y tesoros. Me gusta.

—Cavendish era corsario, no pirata.

El policía me miró sin pestañear.

—Y usted junto con Sebastián Ramírez buscaban ese tesoro hacía meses, ¿no es así?

Negué.

—Nosotros nunca buscamos ese tesoro. Aunque hubiéramos querido, no habríamos sabido siquiera por dónde empezar.

—En el club náutico me dijeron otra cosa —se apresuró a contestar el policía—. Más de uno afirma haberlos oído hablar de ese tesoro y otros me aseguraron que de vez en cuando Ramírez y usted buceaban para buscarlo.

Me tiré hacia atrás en la silla y negué con la cabeza. No era el momento ni el lugar, pero recordar nuestras conversaciones sobre el botín de Cavendish hizo que en mi cara aflorara una sonrisa nostálgica.

—Eso era una broma que hacíamos. Un día en el bar del club alguien mencionó la historia de ese tesoro y yo dije que tenía pruebas de que existía. Seba me siguió la corriente y agregó que lo estábamos buscando. A partir de ese día, cada vez que volvíamos de bucear y nos tomábamos una cerveza en el bar del club le contábamos la historia del tesoro de Cavendish a quien quisiera escucharnos.

—¿Cuándo empezó todo esto?

—Hace seis meses, más o menos. Decíamos que habíamos buceado en tal o cual lugar, que coincidía con las descripciones de los documentos que teníamos, pero que por lo pronto no había habido suerte.

—O sea que nunca hubo un tesoro de Cavendish.

—No lo sé, pero si lo hay, lo más probable es que esté enterrado en tierra firme. ¿Qué sentido tenía tirarlo al mar, si en aquella época no podían bucear para recuperarlo?

El policía se acarició la alianza con el pulgar mientras consideraba mi respuesta.

—¿Qué ganaban Sebastián Ramírez y usted inventándose algo así?

—Divertirnos un rato, nada más. Ver hasta dónde llegaba la máquina de los rumores del pueblo. Habíamos creado un mito casi por accidente y ahora queríamos inflarlo para ver cuánto aguantaba sin explotar. Conociendo a Sebastián, no iba a parar hasta ver gente buceando en busca del tesoro.



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