La iglesia de Franco by Julián Casanova

La iglesia de Franco by Julián Casanova

autor:Julián Casanova [Casanova, Julián]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: No Ficción, Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2000-12-31T23:00:00+00:00


El calvario del clero

Eustaquio Nieto Martín tenía setenta años. Desde el 28 de marzo de 1917 era obispo de Sigüenza, una pequeña ciudad de Guadalajara, en el eje ferroviario que unía Zaragoza con Madrid, donde había vivido sin demasiados sobresaltos aquel período de crisis de la monarquía y establecimiento de la República. Si creemos a Montero Moreno, la «atmósfera levítica» de esa población medieval «resistió con bastante garbo todos los embates laicos de la legislación republicana. Allí el obispo lo era todo y sus dos decenios de pontificado habían granjeado al apacible doctor Nieto una estima acrisolada, compartida igualmente por clero y fieles».

Milicianos procedentes de Madrid llegaron a Sigüenza el 25 de julio. «Una mujerzuela atribuyó cínicamente a su excelencia» la responsabilidad de la muerte del jefe de la Casa del Pueblo que había sido tiroteado por el falangista Román Pascual, hijo de un industrial de la población, el 13 de julio, unos días antes de la sublevación militar. El 26 de julio los milicianos entraron en el palacio episcopal. Encontraron en la caja fuerte 1.206.400 pesetas, que creyeron «posesión personal del obispo», cuando en realidad eran «valores de fundaciones pías y obligaciones a cumplir con las fábricas parroquiales y las comunidades religiosas». Al día siguiente, 27 de julio, se lo llevaron en un coche con dirección a Madrid. Lo asesinaron en la carretera, entre Sigüenza y Estriégana.

Fue el primero de los trece obispos que cayeron víctimas de la violencia anticlerical durante la guerra civil. Nueve de ellos fueron asesinados en agosto de 1936, mes de la muerte también para los clérigos. Sólo el obispo de Barcelona y el administrador apostólico de Orihuela sobrevivieron unos meses al terror «caliente» de aquel fatídico verano de 1936. El de Teruel, Anselmo Polanco, fue el último en caer, a dos meses escasos de la victoria final del ejército de Franco.

Todos los martirologios repiten lo mismo, para que no quede duda alguna y puedan ser considerados auténticos mártires de la persecución religiosa. Murieron dando vivas a España y a Cristo Rey. Pudieron escapar y no quisieron. Sus cuerpos fueron sometidos a múltiples vejaciones y mutilaciones. Cuando caían abatidos con otros clérigos o católicos, ellos mismos se encargaban de dar la absolución a quienes les acompañaban.

Los mataban porque «la prensa y la radio rojas» los señalaron «como culpables de la guerra civil. Ellos eran los grandes facciosos que se habían puesto de parte de los rebeldes para ayudarles a aplastar al Pueblo». Lo decía Aniceto Castro Albarrán, el canónigo magistral de Salamanca, el mismo que había escrito El derecho a la rebeldía y Guerra santa, en la versión que del martirio de la Iglesia publicó en 1940 con el título de La gran víctima’. «Señalados, de esta manera, los Prelados como autores o cómplices o ayudadores de la Rebelión enemiga del Pueblo, no es extraño que los furores del populacho, de los milicianos o de los Comités buscasen estas víctimas y se cebasen en las que pudieron haber a la mano».

Los mataban por grandes facciosos



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