La furia de Dios by César Vidal

La furia de Dios by César Vidal

autor:César Vidal [Vidal, César]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1999-01-01T05:00:00+00:00


Luca, 5 de noviembre de 1494

—Rey cristianísimo, escucha mis palabras y grábalas sobre tu corazón. Tú eres un instrumento situado en las manos de Dios a fin de que alivies las desgracias que padece Italia. Así lo profeticé yo hace varios años. Has venido para llevar a cabo la reforma de la Iglesia que se halla derribada por el polvo. Esa es tu misión. Por ello, debes ser justo y clemente, porque si no respetas a Florencia, si no cuidas de sus ciudadanos y sus mujeres y sus libertades, si te olvidas de la misión que Dios te ha encomendado, elegirá a otro para llevarla a cabo. Es Dios el que me habla para que yo te diga estas cosas.

Observé con el rabillo del ojo al rey Carlos VIII. Delgado, de labios exagerados y ojos grandes, su rostro debería haber manifestado alguna emoción frente a aquellas palabras de Savonarola. En buena lógica, el temor o el orgullo, la soberbia o el sobrecogimiento, debían haberse reflejado en el monarca de los franceses. Pero no sucedió así. Se limitó a escuchar con fría atención las palabras de fray Jerónimo.

Todos los que procedíamos de Florencia y regresamos a la ciudad tras aquella entrevista lo hicimos con la sensación de que el rey de Francia no había adoptado ningún compromiso, no estaba dispuesto a apoyar a Savonarola y podría incluso restaurar el poder que había detentado Pedro de Medici. Por supuesto, nadie se atrevió a manifestarlo abiertamente, pero aquellos rostros dejaban de manifiesto una frustración innegable, la de los que han esperado alcanzar el poder y disfrutar de sus dulzuras y, de pronto, descubren que aquel que debía dispensárselo no tiene ningún interés en hacerlo.

Quizá sólo había dos excepciones a aquel malestar tan generalizado. La de fray Jerónimo, que en su convicción enfervorizada, estaba seguro de que el rey francés acabaría aceptando sus premisas, y la mía, que esperaba que, por la misericordia de Dios, que tantas veces se manifiesta en la historia, pudiéramos salir de aquella situación en la que estábamos, pero que yo temía que aún podía empeorar.

Como en tantas ocasiones antes, fue fray Jerónimo el que acertó en sus previsiones. El 17 de noviembre, el rey Carlos entró en Florencia y lo hizo como un amigo de la ciudad. Naturalmente, como suele suceder con los aliados, su conducta no era desinteresada. En aquella época —¿cuándo no?— el rey necesitaba dinero y fray Jerónimo no tuvo mucho problema en lograr que los banqueros le entregaran ciento veinte mil florines de oro. ¿Acaso no iba a ser el rey que reformara una Iglesia corroída por los vicios? ¿Acaso Dios no se lo había manifestado así a Savonarola? ¿Acaso el monarca francés no prometió que conquistaría la ciudad de Pisa y la reintegraría al dominio de Florencia?

Carlos permaneció sólo dos días en la ciudad, pero cuando realizó su salida —que como la entrada se produjo en loor de multitudes vitoreantes— yo era consciente de que fray Jerónimo había logrado sembrar en él siquiera el interrogante acerca de si era un verdadero profeta.



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