La Edad De Oro 01 - La Edad de Oro by John C. Wright

La Edad De Oro 01 - La Edad de Oro by John C. Wright

autor:John C. Wright
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Ciencia Ficción
editor: Bibliópolis
publicado: 2012-03-16T11:55:34+00:00


13 - La mente colectiva

1

El siguiente grupo de recuerdos registrado en el diario contaba que Dafne había ido a la caja pública más cercana, había entrado en ella y había proyectado una imagen de sí misma al ecoespectáculo de Lago Destino.

Dafne pensaba que encontraría fácilmente a Faetón, pues sabía que él estaba vestido de Arlequín. Y aunque la mascarada había desactivado el circuito localizador, podía programar su sensorio para que le indicara quién estaba en persona y quién estaba telepresente.

Caminó en medio de la muchedumbre durante lo que le pareció una eternidad. Se cruzó con un hombre vestido de Imhotep, y con el almirante Nelson; se cruzó con Arjuna, Fausto y Babbit; vio a Neil Armstrong hablando con Cristóbal Colón, pasó frente a un grupo vestido como la Composición Caritativa, que le pidió que se uniera a ellos. (Una broma: ella estaba vestida de Ao Enwir, que había sido un enconado rival político de los viejos Caritativos durante la Sexta Era.) Incluso se cruzó con alguien vestido de neptuniano, una masa de sustancias paratérmicas traslúcidas y azules, cubierta de neurocircuitos de alta velocidad, agazapada en una hondonada, con sólo unos tallos oculares asomados sobre el borde. Las líneas de potencial que manaban de esos ojos mostraban que el neptuniano miraba a un hombre con un disfraz negro de Demontdelune, quien hablaba con alguien vestido de astrónomo. Pero no había indicios de su esposo. Si es que era su esposo.

Dafne se sentó en una piedra, mirando la hierba, cada vez más sumida en la angustia, y preguntándose si correría el riesgo de usar una rutina de control mental de la Mansión Roja para salir de su depresión. Pero no parecía valer la pena.

A sus espaldas, a lo lejos, los árboles ardían bajo el lago, derrumbándose y muriendo. Dafne sabía cómo se sentían.

Un vehículo de tres patas se le acercó. La máquina no era mucho más alta que ella. Bajo el capó había una mole redonda, mayor que un oso, cuya piel relucía como cuero mojado. Tenía dos ojos luminosos semejantes a discos, y manos cuyos larguísimos dedos ondulaban como tentáculos. Una pequeña boca con forma de V tembló y se entreabrió. Llevaba un sombrero de copa en la cabeza.

La máquina emitió una estentórea ululación mecánica. Dafne se tapó los oídos con las manos y alzó la cara con fastidio.

- Por favor -protestó.

- Lo lamento, ama -dijo una voz familiar-. Sólo pensé que era un disfraz apropiado, teniendo en cuenta lo que sugiere el ecoespectáculo.

- ¡Radamanto! ¡Eres tú!

Ese monstruo feo y cabezón inclinó el sombrero de copa.

- Ama, no quería molestarte, pero me diste órdenes de contarte los resultados del concurso onírico en cuanto se grabara el juicio definitivo.

Su angustia se agudizó. Hacía tan sólo una hora había estado tejiendo sueños. Parecía otra vida. Tal vez a la verdadera Dafne le habría importado.

- No importa, no quiero saberlo.

- Como prefieras, ama.

- ¿Y quién se supone que eres?

- Una inteligencia inconmensurablemente superior a la del hombre, pero igualmente mortal. Te escruto tal como



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