La crisis de los misiles de Cuba, 1962 by Max Hastings

La crisis de los misiles de Cuba, 1962 by Max Hastings

autor:Max Hastings [Hastings, Max]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


8

El presidente habla

1. KENNEDY SE DIRIGE A SU PUEBLO

A las 10.40 del lunes 22 de octubre, Kennedy llamó al expresidente Eisenhower. El general ya había sido puesto al tanto de la situación en dos ocasiones por McCone, el director de la CIA, pero se consideró importante garantizar que respaldaría la política que su sucesor se disponía a revelar. Como Dean Acheson, el veterano general era partidario de lanzar una campaña de bombardeos sin previo aviso; pero aceptó la lógica política y diplomática del bloqueo (y era demasiado patriota para volverse en contra de su sucesor en un momento semejante). El presidente le informó de que estaba previsto continuar con una intensa vigilancia aérea de los emplazamientos de los misiles y le dijo que daba por sentado que los soviéticos podrían derribar alguno de los aviones espía estadounidenses, en cuyo caso creía que era «probable» que ordenara el ataque aéreo. Después de haber esbozado los pasos que el gobierno iba a seguir a continuación, para Kennedy fue un alivio oír decir a Eisenhower: «Le agradezco que me haya informado. Y… personalmente pienso que, en realidad, está dando el único paso posible».

El viejo soldado añadió una conjetura perspicaz: en su opinión, no había conexión, en la mente del Kremlin, entre Cuba y Berlín Oeste. Esto era justo lo contrario de lo que pensaba el exembajador Llewellyn Thompson, que acababa de reafirmarse ante el presidente en su convicción de que Berlín Oeste era el lugar que de verdad le importaba a Jrushchov y de que el despliegue en Cuba era una mera maniobra de distracción. «Señor presidente», dijo Thompson, «en mi última conversación con él dejó muy claro que estaba retorciéndose… que no podía recular de la posición que había adoptado [con relación al ultimátum para la retirada de las tropas occidentales de Berlín]. Ha ido tan lejos… Insinuó que el tiempo se estaba agotando».

Todavía hablando por teléfono con Eisenhower, Kennedy preguntó: «General, ¿qué pasa si la Unión Soviética, Jrushchov, anuncia mañana, como creo que hará, que si atacamos Cuba eso supondrá el inicio de la guerra nuclear? ¿Y cómo ve usted las posibilidades de que disparen esos misiles si invadimos Cuba?». El expresidente respondió: «Yo no creo que lo hagan… Algo habrá que haga que esta gente [los soviéticos] dispare [los misiles nucleares]. Pero sencillamente no creo que vaya a ser esto». Su interlocutor, el hombre que ahora soportaba la gigantesca carga cuyo peso exacto solo conocían Ike y los otros dos estadounidenses vivos que la habían experimentado, dijo con una risita resignada y vacilante: «Sí, de acuerdo».

Casi tan pronto Kennedy dejó el teléfono, a las once de la mañana, en el que iba a revelarse como el día más duro de la crisis, un pequeño grupo se reunió en el Despacho Oval para acordar los planes para informar a los aliados de Estados Unidos y a U Thant, el secretario general de Naciones Unidas, un lugar que entonces era mucho más importante de lo que lo es en la actualidad. El



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