Excalibur by Bernard Cornwell

Excalibur by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2011-10-24T00:04:12+00:00


LA MALDICIÓN DE NIMUE

9

La reina Igraine se sentó en mi ventana a leer las últimas páginas preguntándome de vez en cuando el significado de alguna palabra sajona, pero sin más comentarios. Leyó rápidamente el relato de la batalla y arrojó los pergaminos al suelo con desagrado.

―¿Qué pasó con Aelle? -me preguntó enfadada-, ¿y con Lancelot?

―Llegaré al destino de ambos, señora -dije. Con el muñón de la izquierda sujetaba una pluma contra el pupitre mientras le afilaba la punta con un cuchillo. Soplé las virutas, que cayeron al suelo-. Todo a su tiempo.

―¡Todo a su tiempo! -refunfuñó-. ¡No podéis dejar un relato sin final, Derfel!

―Tendrá su final -le prometí.

―Aquí hace falta un final ahora mismo -insistió mi reina-. Es lo principal de cualquier relato. En la vida no encontramos finales concluyentes, por eso los relatos deben tenerlos. -Está muy hinchada ya, pues pronto dará a luz. Rezaré por ella, y buena falta le harán las oraciones porque son muchas las mujeres que mueren en el parto. No sufren tanto las vacas, ni las gatas, ni las perras, ni las cerdas, ni las ovejas, ni las zorras ni ninguna otra criatura, salvo el ser humano. Sansum dice que es porque Eva tomó la manzana prohibida del Edén y con ello nos cerró el Paraíso. Predica el santo varón que Dios castiga a los hombres con las mujeres y a las mujeres con los hijos-. Así pues, ¿qué sucedió con Aelle? -insistió Igraine con tesón cuando vio que no respondía a su pregunta.

―Murió, recibió un lanzazo. Se le clavó justo aquí -dije, señalándome entre las costillas por encima del corazón. Naturalmente, la historia era más larga, pero no tenía intención de contársela en ese momento pues me desagrada relatar la muerte de mi padre, aunque supongo que habré de transcribirla para que el relato quede completo. Arturo dejó a sus hombres saqueando el campamento de Cerdic y volvió al galope a enterarse de si los cristianos de Tewdric habían terminado con el ejército acorralado de Aelle. Encontró los despojos sangrantes y agonizantes del ejército derrotado, pero aún dispuestos a luchar. Aelle había sido herido y ya no podía sujetar el escudo, pero lejos de rendirse, se había rodeado de su guardia personal y de sus últimos lanceros y aguardaba a que los soldados de Tewdric acudieran a matarlo.

Los lanceros de Gwent no deseaban atacar. El enemigo saca fuerzas de flaqueza cuando está acorralado, y si aún mantiene la barrera de escudos, como era el caso de los hombres de Aelle, su ferocidad se redobla. Ya habían perecido muchos lanceros de Gwent, entre ellos mi buen amigo el anciano Agrícola, y los supervivientes carecían de ánimos para emprender la carga nuevamente contra los escudos sajones. Arturo no insistió en que los presionaran más, sino que parlamentó con Aelle y, cuando éste se negó a rendirse, me llamó. Me presenté ante él y creí que había trocado su manto blanco por uno rojo oscuro, mas era el de siempre, aunque tan salpicado de sangre que parecía rojo.



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