La ciudad resplandeciente by Joan Fallon

La ciudad resplandeciente by Joan Fallon

autor:Joan Fallon
La lengua: spa
Format: epub
editor: Babelcube Inc.
publicado: 2018-07-11T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 26

Una vez que Omar hubo alejado al eunuco del escondite de Isolda y todo hubo quedado en silencio de nuevo, ella retrocedió a rastras cuidadosamente hasta el alcázar. Había un vocerío y sonido de gritos a la distancia. Los guardias habían sido alertados y estaban buscando al intruso; ella podía oírlos dando tumbos entre los arbustos. Ella tuvo cuidado de mantenerse alejada de los charcos de luz emitidos por la miríada de lámparas de aceite y se movió como un gato entre las sombras. Las mujeres del harén se habían acercado a las celosías del harén y estaban mirando; podía verlas moverse entre los listones de madera, las velas parpadeantes alargando sus cuerpos en extrañas formas fantasmales. Debía ser cuidadosa. Nadie debía sospechar de ella. Había estado en el harén sólo unos pocos meses pero ya estaba alertada sobre los celos y las rivalidades que existían entre las mujeres. Si ellas se enteraban de que ella había tratado de escapar, no dudarían en entregarla. Najm era su única amiga; era la única en quien podía confiar. Pero ¿la apoyaría Najm si la atrapaban? Lo dudaba. ¿De qué le serviría? No. Ella estaba de su cuenta.

Se deslizó por la puerta lateral y la abrió silenciosamente. No había nadie por allí. Todas estaban muy ocupadas contemplando el jardín, preguntándose qué estaba pasando. Ella podía escuchar sus voces, agudas y estridentes, como una multitud de estorninos. Pero ella no podía acercárseles, lo sabrían al instante. No sólo era porque su vestido estaba roto y lleno de barro, su rubio cabello se había destrenzado, toda ella temblaba. Su cuerpo se estremecía, fuera de control. Tenía que lavarse y cambiarse antes de que alguien la viera. Afortunadamente, su habitación estaba cerca. Apartó a un lado la cortina y entró. Su criada estaba acurrucada en una estera, dormida.

“Despierta,” dijo ella, empujando delicadamente a la chica con el pie. “Levántate.”

La muchachita, porque no era más que eso, a lo más tendría diez años, se sentó, frotándose los ojos.

“Tráeme agua caliente. Necesito bañarme,” le dijo ella.

“¿Estás bien?” preguntó la criada. “Estás temblando. ¿Y qué le pasó a tu vestido?”

“Me caí en el jardín,” respondió Isolda. “Fue muy tonto de mi parte salir en la oscuridad y ahora me temo que me resfrié.”

“¿Debería traerte algo?” preguntó la criada.

“No, pronto estaré bien. Sólo tráeme el agua caliente para mi baño.”

Mientras la criada iba por el agua, ella se quitó el vestido desgarrado y lo escondió en el armario, luego se soltó los cabellos y se tendió en su cama. Ahora estaba segura, se dijo a sí misma. Estaba segura. Nadie sabría nunca que ella había estado en el jardín. Ahora estaba segura. Pero no podía detener la carrera de su corazón ni el temblor de sus manos.

“¡Jawhara, te estás perdiendo toda la emoción!” dijo Najm, entrando a la habitación. “Ha habido otro intruso.”

Ella se detuvo y miró a su amiga.

“¿Qué pasa? Estás blanca como un papel. ¿Y por qué estás temblando? ¿Estás indispuesta?”

Ella se sentó en la cama, al lado de Isolda.



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