La ciudad de los muertos by S. D. Perry

La ciudad de los muertos by S. D. Perry

autor:S. D. Perry [Perry, S. D.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1999-05-01T04:00:00+00:00


17

Ada entró en el bloque de los calabozos sólo un paso por detrás de Leon, justo a tiempo para ver al periodista salir a trompicones de su celda y caer al suelo.

—¡Ayúdalo! —le gritó Leon, y pasó corriendo al lado de Bertolucci para echarle un vistazo a la celda.

Ada se detuvo delante del jadeante reportero y, sin hacer caso a la orden, se quedó a la espera para ver si lo que lo había atacado salía de un salto por la puerta de la celda…

Estaba protegido por los barrotes. ¿Cómo demonios ha ocurrido esto?

Esperó apuntando a un lado de Leon mientras éste se colocaba delante de la celda, con el corazón palpitando a toda velocidad… y vio la sorpresa reflejada en su rostro, el asombro en su cara. El modo en que miró a uno y otro lado del calabozo le indicó que estaba vacía y que no había nada en su interior, a menos que el atacante fuese invisible…

De ninguna manera. Ni siquiera empieces a pensar en algo así, no dejes que esa idea se apodere de tu mente.

Ada se arrodilló al lado del periodista y se dio cuenta inmediatamente de que se encontraba en muy mal estado. De hecho, se estaba muriendo. Se había desplomado en una posición medio sentada, con la cabeza apoyada en los barrotes de la celda adyacente a la suya. Todavía respiraba, pero no tardaría mucho en dejar de hacerlo. Ada había visto aquella clase de mirada anteriormente, con los ojos fijos en un punto más allá de donde se encontraban, además del temblor y de la palidez… pero lo que no había visto era lo que lo había provocado, y eso era lo que más miedo le daba. No se veía ninguna herida, así que supuso que debía tratarse de un ataque al corazón, quizás un infarto… Pero ¿y el grito?

—¿Ben? Ben, ¿qué ha ocurrido?

Ben clavó su mirada perdida en el rostro de Ada, y ésta advirtió que las comisuras de la boca estaban un poco rasgadas y sangraban. Abrió la boca para hablar, pero lo único que logró articular fue un gruñido ahogado e ininteligible.

Leon se agachó al lado de ambos, tan confundido como ella. Hizo un gesto negativo con la cabeza hacia Ada, como una respuesta no hablada a una pregunta que no había hecho: no existía pista alguna de lo que había ocurrido.

Ada bajó la vista hacia Bertolucci y lo intentó de nuevo.

—¿Qué ha pasado, Ben? ¿Puedes decirnos qué ha pasado exactamente?

Las temblorosas manos del reportero subieron hasta colocarse encima de su pecho. Logró susurrar una única palabra con un esfuerzo visible.

—Ventana…

Ada no se sintió más tranquila al oír eso. La «ventana» del calabozo medía poco más de treinta centímetros y, desde luego, menos de medio metro, y estaba a una altura de unos dos metros y medio del suelo del calabozo. En realidad, no era más que un pequeño agujero de ventilación que se abría al garaje. Nada podía haber pasado por allí… al menos, nada de lo que



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