El retrato de Giacometti by James Lord

El retrato de Giacometti by James Lord

autor:James Lord [Lord, James]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788491141709
editor: A. Machado Libros
publicado: 2018-01-07T23:00:00+00:00


11

Undécimo estado.

Cuando llegué al estudio al día siguiente, la puerta estaba abierta, pero Alberto no se encontraba allí y Diego no tenía ni idea de dónde podía haber ido. Me dirigí al café. De nuevo, era un día excepcionalmente bello. Me sentí un tanto excitado y, si hubiera encontrado a Alberto deprimido, seguramente habría sido capaz de animarle.

Estaba sentado en su lugar de costumbre, al fondo del café. Parecía triste. Tan pronto me senté a la mesa, mi excitación comenzó a disolverse. Me di cuenta de que la fuerza de su personalidad era lo suficientemente intensa como para no sentirse afectado por la dicha que produce una tarde hermosa. Dijo, '¡estoy tan nervioso que voy a explotar.' Continuó frotándose las manos. '¿No tienes frío?', me preguntó.

'No, en absoluto', dije, 'hace un día muy bueno.'

Pero insistió en que hacía mucho frío y que tendría que poner la calefacción eléctrica en el estudio. De pronto, hizo algunas muecas disimuladas y ocultó la cabeza entre sus manos. Dijo pausadamente, '¿ves qué criatura tan miserable soy.'

'Sí', dije. 'Ya veo.'

Verdaderamente, tenía un aspecto bastante miserable. Pense que este era el verdadero Giacometti, sentado y solo al fondo de un café, inconsciente de la admiración y reconocimiento que le profesaba el mundo entero, mirando a un vacío en el que nunca encontraría ningún consuelo, atormentado por la desesperada dicotomía de su ideal, condenado por esa misma desesperación a luchar mientras viviera para tratar de superarla. Y qué consuelo podría haber encontrado en que los periódicos de varios países hablaran de él, que los museos de todo el mundo expusieran sus obras, que gente que nunca vería le conociera y admirara. Ninguno. Ninguno en absoluto.

Finalmente caminamos hacia el estudio. Encendió la calefacción eléctrica. Puesto que yo tenía calor, decidí quitarme la chaqueta.

'¿Qué estás haciendo?', preguntó.

'Pensé que sería más divertido si posará desnudo, para cambiar.'

No le hizo gracia. 'Tu cabeza ya es bastante difícil', gruñó, 'como para tener que preocuparse del cuerpo.'

Cuando se sentó a trabajar, murmuró: 'Nunca encontraré la salida.' Un poco después, dijo: 'Esto es un infierno.'

'¿El qué?', dije, '¿la punta de mi nariz.'

'No. Toda tu cara.'

'Esto debería estar prohibido', dijo después de un rato, 'como entre los judíos.'

Se refería a la prohibición bíblica de representar la figura humana, y dije: 'Sería una manera de que pintar fuera aún más difícil.'

'No', dijo. 'Lo más difícil de hacer es lo que mejor conoces.'

Mientras trabajaba, hubo un momento en que el cigarro cayó de entre sus dedos. Suspiró, gimoteó, casi lloró. Lo recogió. 'Estoy senil', dijo con un sollozo.

'En absoluto', protesté, aunque sabía que él se daba perfecta cuenta de que no lo había tomado en serio. A veces me preguntaba hasta qué punto se tomaba en serio ciertas afirmaciones que, cuando las profería, sugerían un estado mental muy distinto y mucho más complejo.

'¿No lo dirás por caridad.' 'Es un gesto muy bonito por tu parte, tuya y de cualquiera. Pero, probablemente estés pensando, “no importa, cualquier día estirará la pata”.'

'No digas tonterías.'

'No lo hago. Es que no podré continuar mucho tiempo más así.



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