La casa al final de Needless Street by Catriona Ward

La casa al final de Needless Street by Catriona Ward

autor:Catriona Ward [Ward, Catriona]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2021-03-18T00:00:00+00:00


* * *

Luego tuve una pérdida de tiempo. Cuando volví, seguía en el congelador, o quizá estaba otra vez en el congelador, que era lo más probable. Oí la voz de la señora del perro salchicha. El olor del humo de cigarrillos se colaba por la rendija bajo la puerta de la cocina. La cocina estaba diferente. Los tulipanes del alféizar ya no estaban en el alféizar. Las paredes parecían más sucias.

—Es un escándalo —dijo la voz de mamá—. ¡Tirar piedras así…! Han roto todas las farolas de la calle. La culpa es de los padres. A los niños les hace falta disciplina.

Abrí la puerta de la cocina. Las dos mujeres me miraron, sorprendidas. Mamá llevaba una blusa verde y pantalones chinos. Al otro lado de la ventana, en un marco de ramas sin hojas, el día era frío. El terrier lanudo sentado junto a la señora del perro salchicha no era un perro salchicha. Alzó la cabeza blanca y parda, y parpadeó con el humo de los cigarrillos. Ahora era la señora del terrier.

—Vamos Teddy —dijo mamá con tono amable—. No hay por qué preocuparse. Termina esa solicitud de empleo.

Cerré la puerta y volví a la cocina, donde tenía, sobre la encimera, la solicitud para la tienda de repuestos del taller a medio rellenar.

No era el mismo día en que dejé de ir al colegio para siempre. Me habían echado por pegarle un puñetazo a un chico junto a las taquillas. De todos modos, mamá creía que era mejor que me quedara en casa. Así la ayudaba. Nunca había perdido tanto tiempo de una vez. Traté de reunir los breves fogonazos de recuerdos que me centelleaban en la mente. Tenía veinte o veintiún años. Mamá trabajaba en la guardería, no en el hospital. Bueno, en realidad, ya no, porque la habían vuelto a despedir, porque la gente era muy mala.

Percibí las diferencias en mi cuerpo. Era más grande. Mucho, mucho más grande. Me pesaban los brazos y las piernas. Tenía pelo rojizo en la cara. Y más cicatrices. Las notaba en la espalda; me picaban por debajo de la camiseta.

—Meeeéxico —está diciendo la señora del terrier al otro lado de la puerta—. Me voy a tomar un cóctel para desayunar todos los días. Uno de esos con sombrillita. —Lleva semanas hablando de estas vacaciones—. Henry, ese chico tan agradable del Stop and Go, el que llena las bolsas, viene conmigo. Veinticinco años, ¿qué te parece?

—Eres tremenda —dice mamá. Suena a cumplido y a crítica a la vez. Pienso en la edad de veinticinco años y la edad de la señora del terrier. Qué asco. Debe de tener cuarenta por lo menos.

—Lo mismo dice Sylvia. —De pronto la señora del terrier tiene voz de tristeza—. Nunca pensé que mi hija fuera tan crítica, tan cruel. De pequeña era adorable.

—Yo tengo mucha suerte con Teddy —dice mamá, y el amor hacia ella me recorre como una ola—. Siempre se muestra respetuoso.

¿Dónde estará papá? Me acuerdo de repente. Papá se fue porque le pegué un puñetazo en la cabeza.



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