La bajamar by Aroa Moreno Durán

La bajamar by Aroa Moreno Durán

autor:Aroa Moreno Durán [Moreno Durán, Aroa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2022-02-01T00:00:00+00:00


EL LIMO

11

ADRIANA

Levanta los brazos y los pasa por detrás de la nuca. Reparte con los dedos el pelo en tres mechones y comienza la trenza.

El ruido de la televisión es un rumor doméstico que la tranquiliza desde una calma antigua, aprendida durante noches de dormir con esos sonidos de fondo. Pero no es verdad que dentro de ella hoy haya paz. Llegan sintonías agudas para el acierto y cómicos acordes para el error, psicodelia de focos alumbrando el suelo del pasillo: su madre tiene puesto un concurso mientras corrige exámenes de francés.

Adriana, ¿me traes agua?, le pide.

Cuando la trenza está terminada, se da cuenta de que un mechón rebelde se ha escapado y tira de él y lo suelta varias veces y finalmente lo enreda en la goma: es el mismo que a él le gusta tocar. Cuando le agarra el cuello con la mano abierta, a veces fría, a veces templada, y luego acerca mucho su cabeza.

No se atreve a mirarse en el espejo del baño: los ojos devuelven verdad. Aunque parecen los mismos de siempre. Pero solo una vez quiere verse, y la perspectiva de mirar su cara desde abajo dibuja nítidas dos ojeras negras. No ha dormido bien.

Lleva una camisa de franela de cuadros rojos y verdes que tirará después porque no soportará volver a ponérsela, un pantalón vaquero desgastado que ya no cierra en el último botón de la cintura y un par de botas de agua que una vez fueron blancas, mucho antes de los pasos que van a dar esa tarde, antes de tanto barro.

Va a su habitación y se pone la chamarra verde impermeable. Respira muy hondo, las costillas se abren hacia el techo, se expande el aire dentro, pero el corazón no desacelera debajo de la ropa. Deja algunas palabras escritas en una hoja doblada debajo del colchón, por si acaso. Todo con él acaba para ella siempre en un por si acaso. Y ella no sirve para la incertidumbre.

Pone el vaso de agua sobre la mesa con ímpetu y se derrama un poco, ahora tiene que limpiarla, pasa la manga del abrigo sobre las gotas y se despide rápida de su madre, que cabecea reprochándole el gesto, no vuelvas tarde. No vuelvas tarde, le dice también su padre, que hasta ahora dormía con la cabeza apoyada en los puños encima de la mesa. Y la casa se queda cerrada detrás de ella conteniendo el olor del detergente con que fregaron el suelo y de la ebullición del puchero ese mismo mediodía.

Baja sin prisa. La goma de las botas de agua rechina sobre los peldaños. Las rodillas no sujetan con firmeza el cuerpo. Por el hueco que vertebra la escalera hay un eco de pasos que caen: un, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Podría bajarlas con los ojos cerrados. Recuerda a su padre en lo alto del tramo: ¿Quieres que vuele, Adrianita?, ¿quieres? Sí. Y su padre estiraba los brazos hasta la mitad de las barandillas y daba una zancada enorme para caer en el rellano con los dos pies a la vez.



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