Kaputt by Curzio Malaparte

Kaputt by Curzio Malaparte

autor:Curzio Malaparte
La lengua: spa
Format: epub, mobi
ISBN: 9788481098372
editor: Galaxia Gutenberg - Círculo de Lectores
publicado: 2043-01-01T05:00:00+00:00


X

LA NOCHE DE VERANO

Tras la interminable noche invernal, tras la fría y clara primavera, llegó por fin el verano. El templado, delicado y lluvioso verano finlandés, con su olor y su sabor a manzana verde. Se acercaba la estación de los rapu y ya los primeros cangrejos dulces de los ríos de Finlandia, la delicia del verano boreal, empezaban a servirse en los platos. Y el sol no se ponía nunca.

—¡Infeliz de mí, tenía que venir a Finlandia, yo, un español, para encontrarme con el sol de Carlos V! —decía el conde De Foxá al ver florecer el sol de medianoche en el filo del horizonte como si fuera un tiesto de geranios.

Durante esas noches transparentes las muchachas de Helsinki salían a pasear con sus vestidos rojos y amarillos, la cara empolvada, los cabellos rizados con las tenacillas de hierro y perfumados con colonia Teo, la frente cubierta con un sombrero de papel ornamentado con flores de papel y comprado en Stockmann, y caminaban por la Esplanadi dejando oír el taconeo de sus zapatos de papel.

Un suave olor a mar llegaba desde el fondo de la Esplanadi. La sombra de los árboles se proyectaba con suavidad sobre las fachadas lisas y claras de los edificios, una sombra de un color verde clarísimo, como si los árboles fueran de cristal; y los jóvenes soldados convalecientes se sentaban en los bancos con la frente vendada, el brazo en cabestrillo y los pies envueltos en gasa a escuchar la música de la orquesta del café Royal mientras contemplaban el cielo de papel azul arrugado por la brisa marina contra el borde de los tejados. Los escaparates de las tiendas reflejaban la luz gélida, metálica y espectral de la «noche blanca» del Norte, en la que el trino de los pájaros sonaba como una cálida sombra. El invierno quedaba ya lejos, no era más que un recuerdo, si bien el aire parecía arrastrar aún restos invernales, acaso la luz blanca, semejante al reflejo de la nieve; acaso el recuerdo de la nieve muerta que se resistía a desaparecer del templado cielo del verano.

En Grankulla, en la villa de Vincenzo Cicconardi, el ministro de Italia, habían empezado las country parties. (Sentado junto a la chimenea con Rex, su viejo perro, acurrucado a los pies, y el viejo chiflado que le hacía de camarero de pie con los ojos muy abiertos y tieso como un palo tras el respaldo de la silla, Cicconardi hablaba en napolitano con un fuerte acento berlinés —para él eso era hablar alemán-con Von Blücher, el ministro de Alemania, y torcía la boca, oprimida por su gran nariz borbónica, al tiempo que juntaba las manos como si rezase. Cicconardi me gustaba por el contraste entre su frialdad, su flema napolitana, su ironía y las aspiraciones de poder y gloria que sugerían la forma barroca y las exageradas dimensiones de su cráneo, su frente, su mandíbula y su nariz. A su lado, Von Blücher, alto, flaco, algo encorvado, cabello gris cortado al rape,



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