Jazmines blancos para seducir al señor Talbot by Ana F. Malory

Jazmines blancos para seducir al señor Talbot by Ana F. Malory

autor:Ana F. Malory [Malory, Ana F.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-19T00:00:00+00:00


Capítulo 6

El día había amanecido gris y la lluvia, que no había tardado en hacer acto de presencia, repiqueteaba incesante contra los cristales mientras Maxwell trataba de concentrarse en los números que tenía delante. Un objetivo difícil de conseguir cuando su mente se negaba a colaborar. Imposible trabajar cuando los recuerdos eran tan vívidos que todavía le parecía sentir el suave roce de los dedos de Cecile sobre sus labios y el cálido contacto de los de ella en la piel.

Le había costado contenerse para no seguirla y besarla hasta dejarla sin aliento. Tanto, que había necesitado de varios minutos para recuperar el sosiego y el control de su tembloroso cuerpo antes de abandonar, él también, la biblioteca. Jamás había reaccionado de aquella manera con ninguna otra mujer; que recordara al menos.

No podía negar que el descaro y la determinación de la señorita Larson le resultaban muy incitantes. Toda ella, con su forma de ser y su apariencia de ninfa, suponía una tentación complicada de vencer, pero contra la que estaba decidido a luchar. Se había trasladado a Spalding con un propósito que no incluía seducir a la prima de su cuñado. Estaba dispuesto a mantenerse firme, a cumplir con su labor y regresar a Lancaster con la conciencia tranquila.

De manera inconsciente, casi rutinaria, extrajo del bolsillo del chaleco su reloj. Le sorprendió comprobar que apenas faltaban unos minutos para la hora del almuerzo. ¡Había perdido toda una mañana de trabajo! Era evidente que no tenía la cabeza para números y lo más acertado sería dar por finalizada la jornada, decidió al tiempo que recogía los libros de contabilidad para dirigirse después al comedor.

Una hora más tarde, sin nada mejor que hacer, optó por darle una oportunidad a la novela del señor Dickens que, si mal no recordaba, había dejado sobre la mesilla de su dormitorio sin molestarse en ojearla siquiera. Quizá en ese momento podría servirle de distracción. Si aceptaba unirse o no al club de lectura estaba aún por ver.

Con la novela ya en su poder, eligió la sala de la planta baja que daba al jardín. Se acomodó en uno de los sillones colocados junto al enorme ventanal e inició la lectura. El tono humorístico con el que estaba escrita la obra lo atrapó de inmediato y en más de una ocasión se descubrió sonriendo.

Tal vez, después de todo, no sería mala idea formar parte del grupo cultural del pueblo. De ese modo, al menos una vez a la semana, dejaría de sentirse como un ermitaño.



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