Infiel by Joyce Carol Oates

Infiel by Joyce Carol Oates

autor:Joyce Carol Oates [Oates, Joyce Carol]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2001-03-05T16:00:00+00:00


* * *

Karla me ordenó que la ayudara y obedecí. Después concluí que estaba en estado de shock. Y me pregunté qué lógica tenía el llevar al baño a un hombre que sangraba tanto, como insistía ella en hacer, igual que me pregunté cuál era la lógica de no llamar a una ambulancia. Me pregunté: ¿Sobrevivió o murió? ¿Fui testigo de un homicidio? ¿Fui cómplice? Tambaleándonos y balanceándonos como si estuviésemos bebidas, Karla y yo acompañamos al hombre herido hasta el lavabo. Cada una de nosotras lo sujetamos por la cintura y cuánto pesaba, con cuánta fuerza su peso me empujaba hacia abajo. Me martilleaban la cabeza y la mandíbula por el golpe que había recibido, el lado izquierdo de mi rostro ya comenzaba a hincharse. Karla decía con voz aturdida:

—Te pondrás bien. Cielo, te pondrás bien. Son sólo heridas superficiales, creo. Te pondrás bien.

Su rostro parecía vulgar, el maquillaje corrido por unas gotas poco favorecedoras, el rímel emborronado bajo sus ojos como si fuera tinta; vi que Karla no era una joven tan sólo unos años mayor que yo, sino que ya había dejado atrás la treintena: ahora aparentaba su edad. En el pestilente baño húmedo, oscuro, sin ventanas y con una única bombilla desnuda en lo alto, el herido se dejó caer en el borde de la bañera, gimoteando y maldiciendo por el dolor. Jadeaba, y sin embargo no parecía tomarse sus heridas en serio, impaciente consigo mismo por encontrarse débil y moverse con lentitud. Nunca supe si aquel hombre, Arnie, era el ex marido de Karla o si seguía siendo su marido, pero daba la impresión de que habían estado casados; quizá incluso tuvieran un hijo, que puede que hasta hubiese muerto; por lo que dijeron, de forma elíptica, fragmentada, y por lo que pude entender en mi estado distraído, así parecía ser. Estaba claro que eran amantes aun cuando quisieran hacerse daño el uno al otro por todos los medios; estaba claro que Karla se sentía horrorizada por lo que le había hecho, la docena de heridas superficiales en las manos, antebrazos y cuello y las heridas más profundas en su pecho y hombro. Karla ordenó:

—No te quedes ahí de pie, ayúdanos, por el amor de Dios.

Fui a buscar unas toallas, unas fundas de almohada, incluso las sábanas sucias de la cama. Realizamos unos torpes vendajes, gruesas bolitas de tela para restañar la sangre, o para intentarlo; ya que la sangre empapaba las vendas improvisadas en unos segundos, reluciendo en nuestras manos y salpicando nuestras piernas. Estallidos de sangre estrellada en el suelo de baldosas. El herido pedía compresas de agua fría, que quizá ayudaran un poco. Su impaciencia con sus heridas sangrantes me recordó a la airada impaciencia de mi padre con sus propias enfermedades infrecuentes y me dio una idea del carácter de aquel hombre. Nunca supe nada más sobre él. Nunca supe el apellido de Karla. Aunque participamos en aquel terrible episodio, como hermanas bautizadas con la sangre de la otra, nunca más volvería a verla o a oír hablar de ella después de aquella mañana.



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