Ramage by Dudley Pope

Ramage by Dudley Pope

autor:Dudley Pope [Pope, Dudley]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2001-04-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO 14

* * *

Aumentaron las gaviotas que cerraban sobre el barco a la espera que el ayudante del cocinero arrojara las sobras por la borda. Con toda la lona aferrada, arriadas las gavias, la Lively perdió andadura, y a la señal de Dawlish se arrojó al agua un ancla que salpicó al caer, seguida por el cable que se deslizó por el escobén, que a un tiempo, debido a la fricción, despidió un hilo de humo.

Mientras la presa fondeaba en las inmediaciones, se izó por el costado la falúa de lord Probus. Después, los marineros que conformaban la dotación de la falúa del capitán, vestidos con jersey rojo y sombrero negro de paja, lo llevaron a fuerza de remo y con brío hasta el Trumpeter, de setenta y cuatro cañones, cuyo capitán era el oficial de mayor antigüedad presente en Bastia. Ramage descubrió aliviado que el almirante Goddard debía de encontrarse en alta mar. Vio fondeados otros dos navíos de línea, además de cuatro fragatas.

A continuación echaron al agua uno de los botes estibados en la amura de la Lively, en el que embarcó el contramaestre con objeto de remar alrededor de la embarcación y asegurarse de que las vergas hubieran quedado bien horizontales.

A esas alturas el primero de una serie de botes vivanderos abandonó los muelles cargados de mujeres, fruta y vino. De éstos, los dos primeros productos estaban muy maduros, pero todos eran extraordinariamente costosos. Al verlos acercarse. Dawlish ordenó a algunos infantes de marina que vigilaran que los botes no se acercasen a menos de veinte yardas del barco.

—Uno no puede fiarse de estos corsos —comentó a Ramage—. La mitad simpatizan con los franceses y esperan su llegada de un momento a otro; la otra mitad de la población tiene tanto miedo que no tardaremos en descubrir que no se puede contar con ellos, pues temen las represalias que podrían sufrir después. Sin embargo, todos se han puesto de acuerdo en una sola cosa: en estafarnos.

—Esos corsos no son los únicos.

—Ya, me refiero a la gente en general. Te aseguro que no me gustaría nada ser el virrey: el viejo sir Gilbert debe de ser un hombre muy paciente para aguantarlos. Y el ejército… ¿Sabías que sólo contamos con mil quinientos soldados para defender este lugar?

—Probablemente nos baste para defender el puerto.

—Sí, supongo que sí. De todas formas, ¿por qué diablos desembarcamos en Córcega? —preguntó Dawlish.

—Veras —explicó Ramage—, hará unos tres años, ese tipo. Paoli, animó a los corsos a rebelarse contra los franceses, y después de expulsarlos solicitaron ayuda inglesa. El Gobierno despachó a la zona un virrey, sir Gilbert. No creo que haya servido de mucho: Paoli y sir Gilbert no están precisamente de acuerdo en la actualidad, y Paoli se ha peleado con su propia gente. Ningún corso piensa igual que el vecino, y Paoli es un anciano enfermo.

—No sé cómo se las apañará Bonaparte para invadir la isla —dijo Dawlish—. Hemos buscado hasta el último transporte habido y por haber en todos los fondeaderos desde Elba a Argentario, y apresado o hundido los pocos que hemos encontrado.



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