House of Cards by Michael Dobbs

House of Cards by Michael Dobbs

autor:Michael Dobbs [Dobbs, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1989-04-23T04:00:00+00:00


Capítulo XXIII

La polvareda que levanta la ambición desmedida contribuye a que haya un crepúsculo magnífico. Y a mí me encanta pasear al anochecer.

Domingo, 24 de octubre

Weekend Watch. Una nación entera viendo el programa. Leones y cristianos; bueno, o un cristiano al menos. Collingridge empezaba a relajarse a medida que avanzaba el programa. Había ensayado mucho durante los dos días anteriores y las preguntas eran más o menos las que esperaba, lo cual le proporcionaba la oportunidad de hablar con genuina energía de los años venideros. Había insistido en que las preguntas sobre Charlie y las acusaciones del Observer se dejaran para el final, pues no quería que aquellas putas de la tribuna de producción se hicieran las suecas y faltaran a la promesa de limitar la cuestión a diez minutos. En cualquier caso, quería haber cogido el ritmo. Tras cuarenta y cinco minutos hablando sobre los intereses de la nación y su brillante futuro, sin duda cualquiera con dos dedos de frente encontraría las preguntas sobre ese tema mezquinas e irrelevantes.

Sarah le dirigió una animosa sonrisa desde su asiento ante el plató del estudio cuando se dio paso a la última pausa para publicidad. Él le sopló un beso cuando el realizador agitó los brazos para hacerles saber que estaban a punto de volver a emitir en directo.

—Primer ministro, durante los diez últimos minutos de nuestro programa, me gustaría que nos centráramos en las acusaciones que aparecieron la semana pasada en el Observer sobre su hermano, Charles, y la insinuación de una posible transacción indebida de acciones.

Collingridge asintió con expresión seria e inmutable.

—Tengo entendido que hace unos días Downing Street emitió un comunicado en el que se negaba que su familia tuviera relación alguna con el asunto, y se sugería que podía haberse tratado de un caso de identidad errónea. ¿Es así?

—No hay relación, no. Ninguna en absoluto. Es posible que hubiese una confusión con algún otro Charles Collingridge, por lo que sé, pero la verdad es que no estoy en posición de explicar la extraordinaria historia del Observer. Solo puedo decirle que ningún miembro de mi familia ha tenido nada que ver con acciones de la Renox. Tiene mi palabra de honor de que es así. —Dijo esas palabras despacio, inclinado hacia delante y mirando a la cara al presentador.

—Tengo entendido que su hermano niega haber contratado nunca un apartado de correos en una expendeduría de tabaco en Paddington.

—En efecto —confirmó Collingridge—. Es bien sabido que ahora mismo no se encuentra en su mejor forma, pero…

—Perdone que le interrumpa, primer ministro, pero tenemos muy poco tiempo. Esta misma semana uno de nuestros reporteros se dirigió una carta a sí mismo, a la atención de Charles Collingridge, a la misma dirección en Paddington que se utilizó para abrir la cuenta bancaria. Iba en un sobre de color rojo vivo, para asegurarnos de que se viera con claridad. Y ayer acudió a reclamarla. Filmamos cómo lo hacía. Quisiera que mirase usted la pantalla. Pido disculpas por la mala calidad de la



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