Hijas de Lilith by Camino Diaz Bello

Hijas de Lilith by Camino Diaz Bello

autor:Camino Diaz Bello
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2015-11-16T23:00:00+00:00


15.─ PRIMAVERA 96. De cuando supe que estaba perdida.

Zaragoza despertaba lentamente de su letargo invernal. El sol, tímido al principio, fue dando vida y color poco a poco a una ciudad acostumbrada a los rigores del invierno.

El viento, que travieso se divertía subiendo las faldas de las chicas (las que llevaran, porque yo no) y juguetear con ellas, se paró de momento convirtiéndose en un suave vaivén que despejaba los sentidos.

Así que desde el balcón de mi casa, cuando desaparecía un momento para fumarme el cigarro que tenía que esconder para que mi madre no lo viera, veía los arboles cada vez más verdes y floreados y el cielo azul y limpio, y me sentía feliz. Por la llegada de la primavera y por las palabras de Pablo. Mientras daba una larga calada al cigarro y escuchaba Alanis Morrissette, pensaba en la boca de Pablo y en cómo en los dos meses que llevábamos juntos había hecho de mí una chica diferente. Por un lado me gustaba sentir eso que todo el mundo llamaba amor, por otro lado me sentía una extraña, un ser diferente en mi mismo cuerpo. Sin quererlo necesitaba de pronto el roce de otra persona. Eso sí que era un fastidio, tener que depender de alguien. Pero por otro lado era maravilloso sentir sus manos en mi cuerpo y sus palabras llenas de esperanza y amor. Era como una droga que necesitaba diariamente para encontrarme bien.

“Eres lo que siempre he soñado”, “Te quiero”, “Mi princesa”…palabras que llenaban mi ser de poder, de un extraño poder que hacía que me sintiera diferente y especial, como una diosa griega.

Yo que había leído las desdichas de amor de las doncellas de la Edad Media, o el amor ideal de las novelas de caballerías, repletas de caballeros andantes dispuestos a jugarse el pellejo por su amada y que veía que la literatura no era nada si no se hablaba de amor, fuera de la época que fuera, me sentía por fin derrotada y a sus pies.

El Señor Eros, Amor, como quisiera que demonios se llamara, me había hecho claudicar. Me había señalado con su temible e implacable flecha para hincármela hasta el fondo de mi corazón de chica grunge.

Como si toda esa forma de ser anterior a él se hubiera roto en jirones como una coraza de insecto que rompe al metamorfosear en otro animal.

Desde aquel día de nuestro reencuentro en el Posturas, todo empezó a cambiar de una manera sutil. Poco a poco fuimos quedando todos, sus amigos y mis amigas, y como no Roberto y Amaranta, él y yo. Era como si las dos parejas ejerciéramos de argamasa en el grupo y lo mantuviéramos unido todo el tiempo.

Era como un ritual que todos los viernes y sábados cumplíamos a rajatabla. Y todos, nadie quedaba excluido. Quedábamos en un bar de abuelos llamado La Pera, en el que, hasta que habíamos llegado nosotros, la edad media era de sesenta.

Descubrimos aquel bar una tarde en la que necesitábamos cerveza y de la barata.



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