Harriet by Elizabeth Jenkins

Harriet by Elizabeth Jenkins

autor:Elizabeth Jenkins [Jenkins, Elizabeth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1933-12-31T16:00:00+00:00


XI

El pequeño dormitorio que daba al bosque era ahora el dominio de Harriet y, cuando pusieron el moisés junto a la cama y el baúl debajo de la ventana apenas quedaba un hueco. Ni siquiera había espacio para un mueble lavabo en caso de que los Oman contaran con otro aparte del que había en el dormitorio principal. Por eso, quien durmiera allí tenía que lavarse en el fregadero, pegado a la cocina. Clara Smith, que pasó al dormitorio contiguo, se veía obligada a asearse allí, y detrás de la puerta de la cocina, colgado de un clavo, guardaba una toalla y una pastilla de jabón en un pequeño recipiente de hojalata. Clara se lavaba directamente con el agua fría del grifo, pero se le dio a entender que cuando se encendiese el fuego en la cocina calentase agua para Harriet. Aunque la tarea de calentar el agua no revestía una dificultad especial para cualquier persona de costumbres higiénicas, era toda una hazaña para una mujer como Harriet, a quien siempre se lo habían dado todo hecho y estaba acostumbrada a la intimidad de su dormitorio, con una mullida alfombrilla de baño, toallas grandes y jarras de agua caliente a cualquier hora del día. Al principio, sin embargo, arrostró la prueba con valentía. Sabía que tenía que lavarse de arriba abajo a diario y, a pesar de que el fregadero de piedra era un espacio incómodo, se las arregló para cumplir con esta rutina sirviéndose de un hervidor.

Una mañana, sin embargo, se asustó al ver pasar a Patrick por delante de la ventana cuando salía a dar un paseo, y desde ese día tomó aversión a asearse en el fregadero. Le pareció preferible vestirse arriba y lavarse únicamente la cara y las manos. Por lo visto, eso era lo que hacía Clara. Ahora bien, renunciar a lo que era un hábito de toda la vida le causaba mucha incomodidad e, incluso cuando se acostumbró a la sensación de vestirse nada más salir de la cama, le quedaba una sensación de culpa, como si alguien —no alcanzaba a saber quién— pudiese enfadarse con ella por no hacer lo que debía. Nadie le hizo ningún reproche y, eso sí, siguió atendiendo escrupulosamente al pequeño Tommy. Lo bajaba en el moisés a la hora de desayunar y lo lavaba y vestía cuando Elizabeth y Clara terminaban de hacer las tareas domésticas. Harriet llamó a su hijo Tommy desde el primer momento. Así se llamaba el sobrino de su padrastro y no se le ocurrió ningún otro nombre para un niño. Una tarde, estaba en la sala con el niño en el regazo, hablando con él y repitiéndole sin parar: «¡El pequeño Tommy tendrá un caballo y un carruaje, y también perros y gatitos!», cuando Patrick, que estaba en el otro extremo de la estancia, desplegando un lienzo, le preguntó sin que viniese a cuento:

—¿Has bautizado al niño, Harriet?

Harriet lo miró muy sorprendida. Patrick vio que no lo había entendido del todo y su expresión se ensombreció con el esfuerzo de disimular su irritación.



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