Grados de pasión by Yolanda Díaz de Tuesta Martín

Grados de pasión by Yolanda Díaz de Tuesta Martín

autor:Yolanda Díaz de Tuesta Martín [Díaz de Tuesta Martín, Yolanda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-08T00:00:00+00:00


24

Candela descubrió que estaba temblando.

—¿Qué ocurre? —le preguntó a Luis—. ¿Por qué está tan enfadado?

Él agitó la cabeza.

—Nada. Olvídalo.

—¡Pero, Luis, es…!

—Es un asunto privado de los Quintana —la interrumpió, antes de que le diese tiempo a añadir más—. Candela, te ruego que lo dejes, no te incumbe y yo no debo hablar de ello. Además, ¿se puede saber qué estás haciendo aquí? —preguntó, cambiando bruscamente de tema. Miró hacia el pasillo a través de la puerta abierta. Incluso se acercó hasta allí para asegurarse de que no había nadie fuera—. No me digas que has venido sola.

—Sí.

—¿Qué? Tú estás loca. Si se entera tu padre te va a matar. —Sonrió sin mayor alegría—. Ya me han dicho que está en Terrosa.

—Sí. Llegó esta mañana. —Dudó sobre si mencionarlo, pero debía hacerlo—. Está enfermo, Luis. Muy grave. Creo que es tisis…

Algo cruzó por los ojos de Luis, pero lo doblegó de inmediato y la miró sin compasión alguna.

—¿De veras? Al final sí que va a ser un castigo divino, como pensaban en la Edad Media… —Maldijo al ver su expresión—. Lo lamento, no pretendía resultar tan desagradable. Bueno, sí, en realidad sí, pero no debería hablar de ese modo en tu presencia. A pesar de todo lo que te ha hecho, sé que lo quieres.

Candela asintió.

—Sí, supongo que sí —murmuró—. Ha sido toda una sorpresa darme cuenta de ello, no creas. —Candela dio un par de pasos por el dormitorio y dejó el hatillo sobre la cama. ¡Qué calor! Y no podía ser solo por la situación tensa que vivía. La ventana estaba cerrada, incluso las contraventanas. Por eso no había visto luz desde abajo, claro—. ¿Te importa que abra un poco?

—No, por favor. No me ha dado tiempo de hacerlo a mí, acababa de llegar cuando se ha presentado aquí ese hombre. Adelante, abre.

Candela así lo hizo, dejando entrar un ligero soplo de brisa nocturna. No era fresca, lamentablemente, el calor del día seguía aferrándose al mundo, pero al menos aliviaba algo el ambiente sofocante del dormitorio. Fuera, en el alféizar, estaban alineadas varias macetas de piedra. No tenían flores, eran todas de hierbas medicinales que habían plantado juntos. La mezcla de sus aromas saturaba el aire y se combinaba con los olores del jardín del edificio de enfrente, una casita baja rodeada de un pequeño muro.

Oyó ruido fuera. Pasos y el crujido de la puerta de la casa al abrirse. El Gran Quintana salió del edificio hecho una furia y se alejó calle abajo.

—¿Candela? —oyó a Luis preguntar, a su espalda.

Al volverse, vio que la miraba preocupado, con los brazos en jarras. Había dejado la puerta abierta. Candela no entendió por qué. A esas horas nadie iba a enterarse de que estaba allí, al menos nadie que no se hubiera enterado ya, y esa clase de convencionalismos le parecían ridículos. Pero Luis era así, convencional y muy riguroso con las normas. A veces eso la exasperaba. En realidad, casi siempre.

—Perdona, sí, será mejor que vaya al grano. —Se frotó las manos con nerviosismo—.



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