George A. Romero by Luis Pérez Ochando

George A. Romero by Luis Pérez Ochando

autor:Luis Pérez Ochando
La lengua: spa
Format: epub
editor: Akal S. A.
publicado: 2013-03-26T00:00:00+00:00


La tierra de los muertos vivientes describe una América circundada de alambradas que protegen a los ricos de los excluidos.

El socio de Pratt se suicida sumido en la ruina y su viuda maldice al magnate, que afirma que en los negocios muere siempre aquel que lo merece. Al igual que en 'Exterminio' [50] chinches, polillas y termitas se vengaban del sadismo del fumigador reduciéndole a papilla y horadándole hasta el hueso, las cucarachas que conquistan la impecable celda de Upson Pratt son salpicaduras de los crímenes del financiero, despidos y suicidios, empleados que aniquiló como quien pulsa un botón o aplasta un insecto con el dedo. Al tiempo que la viuda le maldice por vez última, las sábanas del lecho comienzan a bullir y se desbordan en riada ocre: patitas, alas y antenas manan hacia el magnate.

El higienismo tiene de burgués cierto hedor de clase, la repugnancia del que busca distanciarse de los pobres y animales que viven en la mugre. El retorno de lo siniestro será entonces la marea de la roña; borrones de salitre, arena y sargazos preludian la irrupción de los ahogados; las cifras y ganancias que hormiguean en la pantalla se han tornado escarabajos. Una comunión de dinero y mierda, entre muerte y hacienda, recorre Creepshow, desde la deshilachada carroña de 'Father’s Day' hasta las cucarachas de Upson Pratt, desde los ojos que refulgen como gemas en 'The Crate' hasta el meteorito en 'The Lonesome Death of Jordy Verril'. Por alquimia inversa, el oro se convierte en excremento.

Basura, mugre, putrefacción, mierda y pobreza: ninguna de todas ellas tiene sitio en la morada de los ricos y, no obstante, todos ellos regresarán en riada negra hasta anegar los salones y las tiendas de La tierra de los muertos vivientes [51]. Pero cuando lo reprimido surge y toma las calles, el poder se torna un orden subterráneo: habita minas, grutas, catacumbas, criptas pobladas no por zombis sino por cadáveres políticos.

Desde el sótano en el que Harry sueña con ser el amo de la casa en La noche de los muertos vivientes, la imaginería paranoica se irradia sobre el cine de Romero con sus refugios nucleares y cuarteles bajo el suelo. Por más que George se inspirase en Punto límite (Fail-Safe, Sidney Lumet, 1964) para la solución final de la crisis en The Crazies, las comandancias de sus filmes carecen de los planisferios colosales o de las bóvedas sin fondo de ¿ Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Stanley Kubrik, 1964); en cambio, se achatan en cuartuchos, techos bajos, fondos planos. Anodino el despacho en el que se decide el fin del mundo en The Crazies, anodinos sus burócratas, su cortina azul, su cafetera y el comandante que se pela con la mano una naranja.



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