Estados del deseo by Edmund White

autor:Edmund White [White, Edmund]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789874941343
editor: Blatt & Ríos
publicado: 2019-03-28T00:00:00+00:00

¿Por qué me contaba esta historia antigua a mí? ¿Era una forma de advertencia? Pensé en protestar, pero ya me habían pedido que no entrara en conflicto con él, porque la excitación podía provocarle otro ataque cardíaco. Sus ataques a los maricones, por otro lado, estaban alineados con sus otras actitudes: su desprecio por los negros y su odio hacia los judíos; su posición proShah y antiChina; sus teorías económicas (conectó la inflación con una sobreoferta de billetes de dólares y con el desequilibrio fiscal federal). Lo extraño era que en su círculo se lo consideraba una suerte de intelectual, y que sus amigos los consultaban sobre estas cuestiones. Como señaló una vez Mary McCarthy en un artículo sobre un oficial del ejército, el antisemitismo en su caso era un primer paso hacia la intelectualidad, hacia la abstracción, y quitarle sus infames opiniones sería similar a despojar a los antiguos griegos del silogismo.

En mi opinión, sin embargo, el clima moral maligno que le permitía a mi padre mantener sus funestas perspectivas está contaminado porque nunca se sacude. Nada cambia nunca en ese mundo, y en consecuencia nadie imagina que el cambio personal o social es posible. En el siglo XVII nadie, mucho menos los “pensadores”, dudaban de la existencia de las brujas; la posición más humana que alguien podía asumir era dudar de si era eficaz quemar a las brujas. Del mismo modo, en ciudades del Medio Oeste como Kansas City y Cincinnati, nadie se ha detenido a pensar si la respetabilidad es un estándar válido: lo máximo que alguien puede pedir es compasión hacia aquellos que nunca fueron o ya no son respetables. ¿Y a quién beneficia esta pose de respetabilidad? No hay jugueteo en este mundo, no se tiene idea de la actuación temible pero cómica que todos estamos haciendo en la cuerda floja.

El lado amable de la indolencia de Cincinnati es evidente en los mosaicos sombríos y nobles que antaño decoraban su estación de tren y que ahora han sido llevados a al aeropuerto. Mientras esperaba para subirme al avión estudié uno que había sido realizado en 1933. Mostraba a un trabajador vestido con un uniforme y un gorro azul de Prusia parado junto a rollos de papel que pasaban por una cortadora. El trabajador, y los soportes de la máquina de papel junto a él, proyectan sombras largas y grises como columnas a lo largo del piso tostado. Al frente había bloques de ladrillos rojos apilados y hojas de papel verde bosque cortadas y listas para ser transportadas. Al fondo, recortado contra cilindros de papel bosquejados, se veía a un trabajador de overol azul levantando sus brazos para manipular una polea. Sus manos eran manoplas indiferenciadas y su rostro un resplandor de luz sobre una cabeza oscura. La atmósfera era una de concentración intensa, casi monástica: la dignidad paciente, humilde y religiosa del trabajo.

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