Especie by Susana Martín Gijón

Especie by Susana Martín Gijón

autor:Susana Martín Gijón [Martín Gijón, Susana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-02-20T16:00:00+00:00


Tercera parte

—Venga, perezosa.

—¿Perezosa yo? Te recuerdo que son las seis de la mañana.

—Exacto. Quedan catorce minutos para que salga el sol.

—Por mí como si se pone. Solo quiero dormir —Nati camina somnolienta por las callejuelas del centro de Florencia. A esas horas refresca bastante. Tiene frío, sueño y hambre. Y ella que pensaba que las vacaciones eran para disfrutar.

—Ya verás como no dices eso cuando lo veas. Para mí, el Ponte Vecchio es lo mejor de Florencia.

—Pero va a seguir ahí a las nueve o las diez, ¿no?

—Sí. Plagado de turistas. Y para entonces tú ya tendrás la foto con el puente vacío. Ya verás cuántos likes.

«Ya verás cuántos likes». ¿De verdad ha dicho eso? Nati piensa que su novio es tonto, pero se calla y sigue caminando. Están en su primer viaje como pareja y el enamoramiento empieza a desplomarse a una velocidad pasmosa. Es el resultado de pasar las veinticuatro horas juntos. Se ve forzada a oír sus pedos en el baño de la habitación minúscula que les han dado en el hostal y le irrita su manía de dividir el espacio escrupulosamente en dos y tener sus cosas colocadas a la perfección. Pero si hay algo que le molesta de verdad es esa manía de planificarlo todo. Programa el despertador antes de acostarse y ya tiene previsto lo que harán en cada minuto del día siguiente. Hasta para cagar tiene hora: después del desayuno hay que volver a pasar por el hostal y, una vez que acaba con su rutina mañanera, lanzarse al turismo de iglesias y museos. Y luego está lo cargante que es. Se lo explica todo con ínfulas de guía turístico, sin escatimar detalle. Como si no supiera ella que si resulta que ahora es un experto en Rinascimento italiano es porque lo acaba de leer en la Wikipedia.

Sí, Nati empieza a estar hasta el gorro. Pero a esas horas no tiene fuerzas ni para discutir. Va a darle el gusto de ver el maldito amanecer y después se meterá en la primera cafetería que encuentre a tomarse un par de espressos y un cruasán de Nutella.

Por fin llegan al final de la calle y ante ellos aparece el río Arno. Una brisa fresca le azota el rostro. Cruza los brazos alrededor del pecho y continúa caminando. A unos cientos de metros ya se ve el emblemático puente con sus estructuras coloreadas. Reconoce que tiene encanto, aunque a él no se lo dice. Saca las gafas de la mochila para apreciarlo mejor al tiempo que siguen acercándose. De repente, se para en seco. Marcos sonríe.

—¿Qué? ¿Chulo, eh? Anda, ponte ahí que te haga una foto.

Pero Nati no le devuelve la sonrisa.

—Marcos…

—Qué.

—Mira, el puente. ¿Qué es eso?

—Son las estructuras de las joyerías, del siglo XIV. Aunque no siempre estuvieron ahí. En el siglo XVI, Fernando I ordenó…

—Calla, idiota. Y mira.

En ese momento, el primer rayo de luz despunta sobre las aguas e ilumina lo que Nati está señalando. Varios cadáveres abiertos en canal flotan boca abajo a la altura del puente.



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