En Lower River by Paul Theroux

En Lower River by Paul Theroux

autor:Paul Theroux [Theroux, Paul]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T05:00:00+00:00


18

Sentado con las piernas cruzadas en esa choza de adobe y cañas que carecía de puerta, Hock recordó un incidente sucedido en su segundo año en Malabo. Una de sus alumnas había sido atacada mientras dormía por una hiena que se había introducido sigilosamente en una choza sin puertas como ésa. El animal había comenzado a comerle la cara a la muchacha, y la resistencia de ésta no sirvió de nada. Entonces la madre arrojó unas ascuas que había tomado de un hogar moribundo y la hiena huyó con llamas en el pelo. Dos días más tarde, en una clínica pestilente, las graves heridas de la chica se infectaron, convirtiendo su cabeza en una bola tensa hinchada y amarillenta, y ella murió.

Desde ese día, Hock no podía conciliar el sueño en Malabo si no tenía la puerta atrancada. Durante décadas, en Medford, el recuerdo apenas había vuelto a él, pero esa noche, en la aldea de los niños, sentado a la entrada de esa choza, extenuado y ultrajado, se sintió afrentado, no por los impostores de Malabo, sino por su divorcio; resentido por el modo en que Deena había demandado la casa, y por las presiones de su hija para que le diera su parte de la herencia por adelantado, movida por la sospecha de que él querría volver a casarse y tener más hijos. Y allí estaba, estupefacto, sentado en el suelo de tierra de una choza inmunda, solo en aquel submundo, un oscuro rincón en el interior de Lower River.

El amanecer empezaba a romper en esa ciénaga al borde del río, abrillantando las grandes hojas de pasto elefante y los delicados penachos sobre las orillas de juncos. Los sonidos de los pájaros, aleteantes y femeninos, parecían ahuyentar a las bestias que habían salido de batida por la noche. Sólo entonces Hock se desplomó sobre la estera raída en el fondo de la choza, y durmió hasta media mañana, cuando el sol le abrasaba ya la cara.

Se desveló al pensar en la maraña de niños y en la insolencia del maligno muchacho de rasgos afilados. El talego le había servido de almohada. La visión de esa bolsa de cuero y lona, su compañera desde que había dejado Medford, lo conmovió: estaba rasgada y gastada, se había estropeado desde Malabo; las aguas infectas y las tripas de los peces la habían manchado en la canoa grande, y se había mojado y llenado de barro en el bote de la víspera. Tenía la apariencia humilde y callada de la lealtad; una mochila, pero también un talismán. Reflejaba los golpes que se había llevado. La agarró para sentirse más fuerte al abandonar la choza, y cruzó el claro para bajar por el sendero que llevaba hasta los altos juncos. Sabía que el atracadero estaba allí, y que el Shire fluía rumbo al sur para desembocar en el Zambeze. Hallaría un bote y una escapatoria.

Los niños se habían despertado, y las fogatas ya escupían humo y tiznes. Una azulada humareda de leña se enroscaba en el aire estancado de la aldea.



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