El sobrino del mago by C. S. Lewis

El sobrino del mago by C. S. Lewis

autor:C. S. Lewis [Lewis, C. S.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1955-05-02T04:00:00+00:00


Capítulo 9

La fundación de Narnia

El león iba y venía por aquel territorio vacío y entonaba una nueva canción. Era más dulce y melodiosa que la que había cantado para invocar a las estrellas y al sol; una suave música susurrante. Y mientras andaba y cantaba, el valle se llenó de hierba verde que se desparramaba a partir del león como un estanque. La hierba ascendió por las faldas de las pequeñas colinas como una oleada, y en pocos minutos trepaba ya por las laderas inferiores de las lejanas montañas, convirtiendo aquel mundo joven en algo cada vez más mullido. Ya se oía el suave viento que rizaba la hierba, y muy pronto hubo otras cosas además de hierba. Las laderas más altas se oscurecieron con matas de brezo, y retazos de un verde más tosco y encrespado aparecieron en el valle. Digory no supo lo que eran hasta que uno empezó a brotar cerca de él. Era un menudo objeto puntiagudo que echó docenas de ramificaciones y los cubrió de verde mientras crecía a un ritmo de tres centímetros cada dos segundos. Docenas de aquellas cosas rodeaban ya al pequeño, y cuando fueron casi tan altas como él se dio cuenta de lo que eran.

—¡Árboles! —exclamó.

Lo fastidioso de aquello, tal como dijo Polly después, era que no te dejaban tranquilo para que pudieras observarlo. Justo mientras decía «¡Árboles! », Digory tuvo que dar un salto porque el tío Andrew había vuelto a acercársele furtivamente y se disponía a hurgar en su bolsillo; aunque poco provecho habría sacado de haber tenido éxito, pues apuntaba al bolsillo derecho porque pensaba aún que los anillos verdes eran «de regreso a casa». De todos modos Digory no deseaba perder ni unos ni otros.

—¡Detente! —gritó la bruja—. Retrocede. No, más atrás. Si alguien se acerca a más de diez pasos de cualquiera de los niños, le abriré la cabeza.

Balanceaba en la mano la barra de hierro que había arrancado del farol, lista para lanzarla, y, sin saber por qué, nadie dudó de su buena puntería.

—¡Vaya! —siguió—. Así que estabas dispuesto a regresar a escondidas a tu mundo con el niño y dejarme aquí.

El mal genio del tío Andrew finalmente pudo más que sus temores.

—Pues sí, señora —declaró—. ¡Sin lugar a dudas! Estaría en mi perfecto derecho a hacerlo. He sido tratado de un modo de lo más vergonzoso y abominable. He hecho todo lo que estaba en mi mano para mostrarle toda la cortesía posible. ¿Y cuál ha sido mi recompensa? Ha robado, me veo obligado a repetir la palabra, «robado» a un joyero respetable. Ha insistido en que la invitara a un almuerzo sumamente caro, por no decir ostentoso, a pesar de que me vi obligado a empeñar el reloj y la cadena para poder hacerlo; y permita que le diga, señora, que nadie de nuestra familia ha tenido por costumbre frecuentar las tiendas de empeño, excepto mi primo Edward, y él estaba en el cuerpo voluntario de caballería del condado. Durante esa indigesta



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